Ponencia de Teresa Campos-Sábado 5-Mayo-2012
En la forma y evolución de las habitaciones que conforman hoy en día el hogar se puede
trazar la historia de la civilización occidental.
Tumbarse en el sofá para ver una buena película,
darse una buena ducha o gozar de una
noche de sueño reparador. Estamos acostumbrados a una serie de comodidades
cotidianas a las que apenas prestamos atención y de las que solo nos acordamos
cuando carecemos de ellas. El bienestar del que gozamos en nuestras casas es
muy reciente –en muchos casos de mediados del pasado siglo- y, en realidad,
supone la culminación de un larguísimo camino de siglos. La evolución de la
casa es, por tanto, una parte fundamental y reveladora de nuestra historia como
civilización.
“Las habitaciones de la casa, así como los muebles,
cuentan una historia y encierran muchos secretos de los seres humanos”.
El hecho de que hoy dispongamos, por ejemplo, de un
baño dentro de casa o un dormitorio separado del resto del hogar en el que tener
intimidad, tiene que ver con los hábitos de limpieza pero también con las
epidemias de sífilis y de peste; con la evolución de la tecnología y de la
medicina; con el sexo, con la muerte.
Los orígenes de la casa se pierden, no obstante, en
tiempos muy anteriores, cuando nuestros antepasados comenzaron a buscar lugares
para resguardarse de las inclemencias. El descubrimiento del fuego fue,
seguramente, el empujón definitivo que los llevó a vivir de forma regular
dentro de las cuevas. Desde esas hogueras hasta la moderna vitrocerámica transcurre,
ni más ni menos, la historia misma de la humanidad.
Tipos de casas romanas
La
“insula” -Las clases populares urbanas viven en edificios de
varios pisos, denominados insulae. Estos edificios se dividen en pequeños
apartamentos a los que se accede por una escalera y un estrecho corredor. Las
viviendas se abren con ventanas y balcones a la calle o a un patio central,
carecen por lo general de agua corriente y cocina y los servicios higiénicos,
si existen, son comunitarios y están situados en la planta baja. Son casas
incómodas y ruidosas, frías en invierno y sofocantes en verano. Los pisos más
bajos, con mayor espacio, los ocupan inquilinos acaudalados, en los pisos
altos, en habitaciones pequeñas y míseras, viven los más pobres. La planta baja
del edificio está destinada a tiendas y tabernas y a espacios de uso comunal.
El empleo de materiales baratos, de escasa calidad, la mala construcción, y el
frecuente uso de braseros y hornillos para calentarse y cocinar, provocan
frecuentes incendios y hundimientos.
La
“domus”- La domus es una vivienda de una sola planta, propia
de los ciudadanos adinerados. El exterior de la domus es sobrio, con altos
muros estucados y escasas ventanas. La entrada se realiza a través de un reducido
vestíbulo seguido de una puerta, alta y robusta, y un estrecho corredor que da
directamente al atrio o patio.
El atrio es un
amplio patio con una abertura rectangular en el techo por la que penetran el aire, la luz y el agua
de lluvia, que cae a un pequeño estanque central comunicado con una cisterna
subterránea, cuya abertura se protege con un brocal de pozo. Originariamente el
atrio era el corazón de la casa romana, donde se desarrollaba la vida familiar
en torno al fuego del hogar, en él se trabajaba, se comía y se recibía. Su
nombre deriva de ater (negro) por el humo de la hoguera que ennegrecía las
paredes. Más tarde, cuando por influencia helenística, la domus se amplia con
otras estancias, el atrio se convierte en una zona de paso donde se reciben las
visitas y en la que se exponen los objetos de valor como testimonio de la
riqueza y posición del dueño.
Imaginar ahora que mostramos el nuevo piso al que nos
acabamos de mudar. Pensar, que como haría un anfitrión en este caso, mostramos
una por una las habitaciones de nuestra casa, cuyas raíces se pierden en el
tiempo.
El dormitorio- El santuario de la intimidad. Pero,
¿siempre ha sido así? Pues no, porque ese concepto de la intimidad es reciente:
aparece, en el mejor de los casos, en el siglo XVIII, y sin embargo “es la
clave y la consecuencia que dará como resultado los dormitorios modernos”.
Antes, durante siglos, ni las clases humildes ni las pudientes gozaban de un
espacio propio por motivos bien distintos.
En la edad media, el dormitorio de las clases
acomodadas urbanas, eran a menudo una habitación situada dentro de otra en la
que se recibían visitas e incluso en el caso de los gobernantes, se trataban
asuntos de estado. Por ello, no es de extrañar que la habitación fuera tan
ostentosa que en realidad algunos tuvieran dos tipos de cama: la de día,
ornamentada y pensada para ser vista, y la de noche.
En el campo y las granjas, las familias con posibles
podían dormir con sus sirvientes a los pies del lecho, pero no para que
atendieran sus necesidades más urgentes sino como una medida..!antirrobo! Y por
lo que respecta a las capas mas modestas de la población, se compartía un único
espacio, oscuro y mal ventilado, cerca de la lumbre y junto a su ganado, en el
que dormían juntas familias enteras, incluidas las visitas, y sin ni siquiera
desvestirse. A lo sumo, la diferencia de estatus entre, por ejemplo, los padres
y sus hijos o el dueño de la casa y un sirviente, se expresaba en que los
primeros dormían en una cama precaria y los segundos, en el suelo.
Obviamente el concepto de habitación para invitados
hubiese parecido un chiste, y el de comodidad, una ilusión en una sociedad que
básicamente luchaba por la supervivencia. Dormir en una cama –para quien la
tuviera- era una buena idea, y hacerlo en el suelo, era toda una experiencia,
nefasta, pero experiencia al fin y al cabo. Incluso en las mejores casas el
suelo estaba cubierto de cañas, “encubriendo escupitajos, vómitos y orina de
animales y hombres, cerveza derramada, sobras de comida y otras porquerías”.Un
par de veces al año se echaba una nueva capa de caña sobre la anterior y
¡listos!
El suelo era la incubadora perfecta de toda clase de
insectos, roedores y enfermedades. Y un último detalle sobre todos aquellos
encantadores y confortables años: hospedarse en una posada podía suponer
compartir lecho con algún desconocido o incluso tener que ceder tu jergón a un
desconocido si éste tenía mas alcurnia.
El renacimiento pasó a ser una mejora radical y el
dormitorio pasó a ser el centro de la vida ya que casi todo se trataba en ella:
las visitas, los negocios…Se dice que el Cardenal Richelieu (1585-1642) que vio
la eclosión del Barroco, llego a tener mas de 48 camas, que con el tiempo se
fueron sustituyendo por sofás y divanes. Es en el siglo XVIII cuando el
dormitorio empieza a dejar de ser menos un lugar de reunión y más una estancia
discreta en la que se duerme.
La
Revolución Industrial y las innovaciones tecnológicas de
finales del siglo XVIII y del XIX tuvieron también mucho que ver en que nuestras
habitaciones sean como són. Hasta ese momento las camas eran grandes armazones
artesanales de madera. A partir de entonces se empiezan a fabricar camas de
metal –mucho mas económicas- y tejerse ropa de cama de algodón, hasta entonces
inexistente. Estas primeras sábanas se hervían para matar las chinches. “lo que
fue clave para mejorar la higiene en el dormitorio”.
La cama- En la edad
media, la cama se hacía literalmente: se extendía un jergón de tela sobre paja.
Otra opción era dormir sobre plumas, crines de caballo o la lana (hasta bien
entrado el siglo XX se utilizó esta última). El problema era su olor fuerte y
que la lana tendía a infectarse de polillas y pulgas, incluso de ratas y
ratones. Las familias pobres, colgaban excremento de vaca en los postes de la
cama para ahuyentar a las polillas. Y un dato para quien piensa en la cama como
un mueble no solo para dormir, en la época victoriana se aconsejaba a los
matrimonios las camas separadas, “no solo para evitar la vergonzosa emoción de
un contacto accidental, sino también para reducir la mezcolanza de impurezas
personales.
El baño- Hace un siglo, darse una ducha de
agua caliente casi entroncaba con la ciencia ficción. De hecho, hasta bien
entrado el siglo XX, la mayoría de hogares en Occidente carecía de baño en
casa. Palanganas, jofainas y gracias. Y de lavado diario, nada de nada. La
historia del baño esta ligada a la higiene, claro, pero también a las epidemias
y a los valores morales de cada época.
Tal era la falta de higiene de los europeos que cuando
comenzaron a llegar en masa a América, los indios no dejaban de sorprenderse
por el hedor que desprendían. La higiene como la cultura, quedó encerrada en
los monasterios. Se creía que con exponer el cuerpo al sol y el aire bastaba o
que, con llevar una camisa de lino, la suciedad se desprendía de la piel. El mal olor y la
roña, se combatían con productos cosméticos, pero el hedor persistía.
Un monje mediaval tenía mas medios para ser limpio
que un europeo del siglo XIX y un indígena caribeño era mas pulcro que
cualquiera de los dos. A los griegos les entusiasmaba bañarse, como a los
romanos. En cambio a ojos de los cristianos era algo moralmente sucio. La caída
del Imperio romano supuso el cierre de los baños y la higiene en Europa sufrió
un retroceso que duraría mil años hasta que la revolución científica e
higienista del siglo XIX, dio sus frutos. Las jofainas que estaban en los
patios o en el exterior de las casas comenzaron a entrar en los dormitorios, y
en las ciudades comenzaron a proliferar lavaderos y duchas públicas.
Los baños primitivos más perfeccionados de la antigüedad fueron
los de las familias reales minoicas en el palacio de Cnossos, en Creta. En el
año 2000 a.C.,
la nobleza minoica disponía de bañeras que se llenaban y vaciaban mediante tuberías
verticales de piedra con junturas cementadas. Con el tiempo, fueron sustituidas
por tuberías de cerámica esmaltada que se unían entre sí de modo muy parecido a
las actuales. Por estas tuberías circulaba agua caliente y fría, y sus
conexiones arrastraban los desechos lejos del palacio real, el cual disponía
también de un retrete con un depósito encima, lo que permite clasificarlo como
el primer water con cisterna en la historia. El depósito estaba destinado a. recoger
agua de lluvia o, en ausencia de ésta, a ser llenado manualmente con cubos de
agua sacada de una cisterna cercana.
A mediados del siglo XIX comienzan a entrar las
tuberías a los edificios y a llevar agua corriente. El paso definitivo fue
poder calentarla. Aunque a finales del siglo XIX la mayoría de hogares seguían
sin baño. No será hasta 1930 gracias a la producción en forma industrial, de
bañeras, inodoros y lavabos, que los precios se abarataron y se empezaron a
instalar baños de forma masiva en los hogares. Pero aunque hoy sea difícil de
creer, en España, que todas las casas tuvieran su ducha correspondiente no era
todavía una realidad al empezar la década de los setenta. Mirar atrás y pensar
en ello supone todo un baño de memoria histórica.
El escusado- Para los
griegos, la limpieza y la higiene eran preocupaciones importantes y reflejaban
su nivel de vida y civilización.
Los romanos del siglo II a.C. empezaron a instalar una red de canalización que cruzaba toda la ciudad de Roma. A ella se conectaban las mansiones de los patricios romanos, y el agua de los acueductos arrastraba fuera de la ciudad prácticamente todos los excrementos.
Pero lo que hoy nos puede sorprender es el hecho de que para los antiguos romanos la acción de evacuar no era un hecho tan vergonzoso, puesto que lo convirtieron en un acto social. Los evacuatorios fueron enormes recintos que se fueron transformando en lugar de encuentro de la alta sociedad romana. Hombres y mujeres se reunían sentados en asientos cómodos y decorados lujosamente que invitaban al relajo y a la tertulia. Los reunidos conversaban de los últimos acontecimientos ciudadanos mientras corría bajo ellos el agua que arrastraba todo lo que, a su entender, “pertenecía a los dioses” (mejor dicho, a la diosa Venus Cloacina, patrona de las cloacas, canales de desagüe y letrinas).
Los romanos del siglo II a.C. empezaron a instalar una red de canalización que cruzaba toda la ciudad de Roma. A ella se conectaban las mansiones de los patricios romanos, y el agua de los acueductos arrastraba fuera de la ciudad prácticamente todos los excrementos.
Pero lo que hoy nos puede sorprender es el hecho de que para los antiguos romanos la acción de evacuar no era un hecho tan vergonzoso, puesto que lo convirtieron en un acto social. Los evacuatorios fueron enormes recintos que se fueron transformando en lugar de encuentro de la alta sociedad romana. Hombres y mujeres se reunían sentados en asientos cómodos y decorados lujosamente que invitaban al relajo y a la tertulia. Los reunidos conversaban de los últimos acontecimientos ciudadanos mientras corría bajo ellos el agua que arrastraba todo lo que, a su entender, “pertenecía a los dioses” (mejor dicho, a la diosa Venus Cloacina, patrona de las cloacas, canales de desagüe y letrinas).
La historia nos has dejado un testimonio
de cómo el emperador Vespasiano fue especialmente sensible a este tema. Su
talento como hombre de negocios –como así también de estadista- lo llevó a
comercializar la orina y venderla a las lavanderías como materia prima de
productos de limpieza. Hoy no podemos imaginar –a no ser por los elementos
amoniacales de la orina- como la podrían emplear a modo de detergente o
quitamanchas. Bien fuera broma de maliciosos o verdad histórica, lo cierto es
que se dice que el hijo de Vespasiano recriminó este comercio a su augusto
padre, y éste le contestó con el célebre “non olet” –no huele- “pecunia non olet” –el dinero nunca huele mal- ,
una frase que muchos han seguido al pie de la letra hasta nuestros días.
En la edad media, los monasterios contaban con
letrinas que tenían asientos de madera. Estaban separadas las unas de las otras
mediante un tabique para ganar intimidad, y detrás contaban con una pequeña
ventana para ventilar e iluminar. En los castillos se aprovechaban los
contrafuertes de los muros para disponer espacios destinados a las letrinas.
Incluso en ocasiones se situaban junto a la sala de banquetes. En el siglo XV,
era costumbre aliviarse delante de ciertas personas distinguidas. Se consideraba
un honor. Y, mas tarde, Carlos III despachó asuntos de Estado con sus
ministros. En el siglo XVIII nacen los primeros retretes, abastecidos por agua
corriente. Los primeros inodoros de agua corriente estaban tallados o fundidos
en plomo y echaban agua a través de un mecanismo de embolo.
La
cocina- A la cocina le pasa como al baño, hasta
el siglo XX, no tuvo un lugar propio y era un pozo de problemas y accidentes
domésticos. El problema de jugar con el fuego. En la antigua Roma, las
familias mas adineradas –una minoría- disponían de un horno para preparar los
alimentos fuera de la casa.
No obstante la mayoría de los ciudadanos residía en edificios
de varios pisos llamados “insulae”, en los que tenían una habitación
dedicada a la cocción de los alimentos sin demasiada seguridad. Los incendios
eran tan frecuentes que había cubos de agua repartidos por las calles para
sofocarlos. Y así hasta que el emperador Augusto, en el año 6, decidió acabar
ese precario sistema antiincendios y creó el primer cuerpo de bomberos
profesionales de la historia.
El humo además hacía que la atmósfera en la casa
fuera insoportable. Agujerear el techo fue abrir la puerta al mal tiempo. Luego
llegó la chimenea que probaron los grandes monasterios y abadías. Un dato
interesante: gracias a las chimeneas, las casas se volvieron mas espaciosas y,
lo mas importante empezaron a crecer un piso hacia arriba. Un avance
fundamental para separar la cocina del resto de la casa fue la aparición del
horno doméstico en 1830. En 1854 se produjo un acontecimiento que cambiaría el
devenir de los fogones: la aparición del gas. El humo ya no era molestia y el
fuego se apagaba cuando era innecesario. Seis años mas tarde aparecieron las
primeras neveras, lo que supuso un avance fundamental para conservar los
alimentos.
Es cierto que durante 20 siglos la cocina había sido
relegada al olvido, pero a partir de 1950 los arquitectos han tratado de
conectarla con el resto del hogar y los diseñadores, de convertirla en un
espacio cómodo, práctico y de buen gusto.
Comedor- Hoy en día es frecuente que comamos
en la cocina, o tal vez en el comedor. Pero a lo largo de la historia, se hacía
donde se podía. De hecho hasta el siglo XVIII no existió un lugar definido para
ello. Por no haber, no había ni mesas. La gente ponía tablas de madera sobre
caballetes. E incluso en las casas mas humildes, se las colocaban encima de las
rodillas y cuando no se usaban se apoyaban en la pared. Que se empezara
a servir las viandas en una habitación pensada para ello tuvo que ver en buena
medida, con la
decoración. A partir del XVIII se puso de moda tapizar sillas
y sillones algo que era sumamente caro y las señoras estaban hartas de
encontrar manchas de grasa en sus muebles. En ausencia de servilletas, los
comensales tenían la costumbre de limpiarse los dedos en ellos. El hecho de que
apareciera el comedor, marcó cuando se comía y cómo. Incluso se cambió la
manera de servir la comida.
La comida comenzó a servirse por orden: entrantes , primeros,
segundos. Un problema: si alguien comía muy lento había que esperarlo. Así las
cenas pasaron a durar horas…
La ponencia de hoy se podría alargar muchísimo, ya
que hay tema para rato, pero he procurado abreviar lo máximo exponiendo algunos
datos significativos de lo que ha sido la casa o el hogar, de nuestros
antepasados o antecesores en la historia de la humanidad. La idea
sobre el tema de esta ponencia, ha sido sobre todo hecha, pensando en la
diferencia que va del ayer a hoy, en lo que respecta a las costumbres y las
formas de vida. Ello creo, que puede dar paso a muchas opiniones, que espero
que haya suscitado muchas e interesantes ideas para debatir entre todos
nosotros. Gracias
NOTA: Texto basado en su mayor parte, en un artículo
titulado “Todo queda en cada” de Cristina Sáez
No hay comentarios:
Publicar un comentario