Violencia cero
Uno de los actuales debates sociales en todo el
mundo occidental es el de la prostitución de las mujeres. ¿Es bueno o no
legalizar los prostíbulos? ¿Y retirar las prostitutas de las calles? ¿Y
admitir la prostitución como un trabajo más, con lo que esto significa
en derechos y obligaciones laborales? Los intereses económicos son
evidentes: en España las más o menos seiscientas mil prostitutas mueven
al año 3.700 millones de euros como mínimo. Las mafias buscan ávidamente
el lucro puro y duro y les importa un bledo la manera de conseguirlo.
La violencia, la explotación y el dominio descarnado sobre estas mujeres
"públicas", a disposición de todos los que quieren comprar sus
servicios, es un hecho archiconocido.
Los partidarios
de hacer una distinción entre la prostitución voluntaria y la forzada
nos aseguran que hacer la calle tiene aspectos positivos; afirman que a
muchas prostitutas les gusta su profesión, que ejerciéndola son
empresarias de su trabajo, y que, además, es una tarea "fácil" que
permite una buena situación económica.
No me extrañan las expectativas
monetarias ante la notable demanda en este terreno. En cambio sí que me
sorprende que los partidarios de hacer esta distinción se olviden del
debate sobre la prostitución en sí misma, del por qué de su existencia y
el trasfondo que la sustenta. Porque no es cierto que las prostitutas
que lo son por voluntad propia (dos de cada diez) se escapen de las
vejaciones y del concepto retorcido de sexualidad basado en la
dominación, tantas veces brutal.
Los países que han optado por la
reglamentación (Alemania y Holanda son claros exponentes) consideran la
prostitución como una válvula de escape para los hombres. De hecho,
enfatizan los legalistas, podemos combatir la pobreza, las guerras y las
enfermedades pero no podemos luchar contra la prostitución, porque es
un hecho natural con el que tenemos que aprender a convivir. "La
prostitución ha existido y existirá siempre", no importa que las mujeres
sean un consumo de entretenimiento de los hombres, una mercancía para
comprar y vender.
Es un mal necesario y las prostitutas realizan una
labor social de contención de gran importancia. En mi opinión, detrás de
la prostitución no hay un problema de sexualidad, sino de desigualdad
entre los géneros. "La profesión más antigua del mundo", así alzan la
voz con veneración los defensores del status quo. Yo más bien diría que
es una de las formas más antiguas de violencia y dominación masculina.
El fracaso de la legalización de la prostitución en Holanda es
muy significativo. La policía ha llegado a verse obligada a cerrar una
de las zonas del barrio rojo más famosas de Ámsterdam: el comercio con
niñas se ha desbocado ... la mafia se ha sentido aún más fortalecida en
el negocio económico ultra lucrativo de la pornografía, de las strippers
y, evidentemente, de las redes de comercio sexual que se esconden
detrás de los telones. Violencia enconada, que también lucra de
impuestos legales las arcas de los gobiernos bajo el eufemismo de la
reglamentación. Sin tener en cuenta que la mercancía comercializada es
el cuerpo humano.
Para los abolicionistas, la
profesión más antigua del mundo es también la que permite mostrar sin
tapujos la hipocresía y la doble moral de la sociedad. Se difama la
prostitución pero se la tolera. Más incomprensible es la presión en los
medios de comunicación para aniquilar, con maneras cultas y edulcoradas,
las actitudes en contra para convertir esta actividad en un trabajo
más, una actividad profesional como cualquier otra.
En nuestro país
parece que no interesa entender que la prostitución no es un problema de
las mujeres sino de los hombres que la causan. No interesa entender que
un encuentro íntimo debería ser libre y que la mayoría de prostitutas
ejercen como tales por necesidades económicas. En países como Suecia se
penaliza al cliente, en lugar de a la oferta. Suecia, como muchas otras
veces en estos asuntos de hombres y mujeres, ha puesto el dedo en la
llaga.
En un inicio se decía que prohibir la demanda conduciría a un
desplazamiento de la prostitución de la calle o del burdel a lugares más
siniestros. Los resultados han desmontado lo de la naturaleza
inevitable de los hombres pues la demanda ha caído en picado. Poco
después de poner en práctica, en 1999, políticas de penalización al
cliente, el número de prostitutas se había reducido entre un 30% y un
50% y el de la clientela entre un 75% y un 80%.
Mientras discutimos si optamos por los Sirios o por los Troyanos, la
violencia contra las mujeres continúa. No se puede permitir ningún tipo
de violencia contra la mujer y, para mí, la prostitución lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario