Al grupo familiar en todas las culturas se le
ha atribuido la función de cuidado y socialización primaria de la infancia, que
en la especie humana es frágil y vulnerable como mínimo hasta los 10 años, y no
autónoma económicamente, en nuestro tiempo, por lo menos hasta los 25 años.
Existen además otros colectivos, algunos
enfermos discapacitados o ancianos muy longevos que necesitan ayuda parcial o
continuada.
Todas las familias, en alguna etapa de su
recorrido generacional, se han encontrado con la problemática individual, que
se ha convertido en social, de gestionar sus propios recursos humanos, su
dinero, su tiempo, elegir prioridades, y repartir responsabilidades y por ultimo
intentar distanciarse emocionalmente de la carga continuada que el cuidado requiere.
La ética del cuidado, no está inscrita en los
genes, se ha de interiorizar como actitud hacia los demás. Introducirla en la
etapa escolar, a los niños y a las niñas, y en la familia corresponsabilizarse
todos.
Histórica y antropológicamente, se ha pensado
que las mujeres tenían mejor predisposición. Sin embargo a poco que nos
remontemos al siglo XVIII y XIX, en los clásicos literarios, se escriben
relatos en los que el mito de la maternidad queda mal parado.
Clases burguesas y aristocráticas, delegaban
el “dar el pecho”, con variantes de llevar el niño o la niña a la casa del ama
de cría, siempre humilde, o que ella se trasladara con su hijo a la casa
burguesa.
Los más creciditos quedaban a cargo de niñeras, institutrices, o
preceptores.
En realidad el valor de la infancia es
reciente en la historia, el niño es hoy deseado, pero no siempre buscado, por
diversas razones.
Respecto, a los de mayor edad, hasta hace 50
años, no era frecuente llegar a los 80, el número de personas entre 80 y 100
años, en el año 2015 ha aumentado y es tendencia persistente. En esta etapa
vital, se necesitan también los recursos familiares y estatales disponibles.
El concepto de “ama de casa” entendido como,
esposa, madre, intendente del hogar e hija cuidadora, y a veces todo a la vez,
ha ido perdiendo el significado que tenía en el pasado.
Cuando las familias dependían de un único salario
familiar (el del varón, pluriempleado en ocasiones), no era infrecuente que las
mujeres que en los años 70, eran empleadas, con nomina, al tener el primer hijo
dejaran su puesto de trabajo.
En los años 80, esta tendencia cambió. Los
conyugues matrimoniados, (aun no existían las parejas de hecho), se percataron
que dos salarios eran mejor que uno. El doble ingreso les permitía más rápido acceso
a la propiedad y al confort, y una formación escolar y universitaria a sus
hijos.
A la mujer, le permitía más independencia en
casos de viudedad o divorcio y protección en la enfermedad y en la vejez al
cotizar en la Seguridad Social.
Todos estos avances, son excelentes, pensamos
todos, pero ¿Cómo combinar, el deseo de trabajar y el de tener hijos?
¿Qué hacer? No tenerlos.
Y si se desean, ¿Cuándo?, ¿En qué etapa de la
edad femenina, o carrera profesional, de la madre, más que del padre?
¿Se disponen de medios económicos aceptables?
¿Existen en la familia otras personas con las que contar de forma segura y
continuada?
En las grandes empresas y en la función pública,
se permite a los empleados una cierta flexibilidad horaria, en la mediana y
pequeña, al disponer de menos personal, se ponen dificultades.
Antes todos estos dilemas a resolver, surge
el fenómeno social, pero muy visible de la “ABUELIDAD”.
Los abuelos jóvenes y no tan jóvenes, tienen
hoy una notable autonomía, ganada a pulso en su trayectoria laboral, y la
salud, aunque con “goteras” aguanta.
Ellos son la logística necesaria para el día
a día, y para lo imprevisto. A tiempo parcial o Continuado, son los recursos
humanos más firmes para la continuidad profesional de sus hijos.
Cuidan a sus
nietos con amor, y estos les alegran la vida. Algunos abuelos varones afirman
que han disfrutado más de sus nietos que de sus hijos a causa de las largas
jornadas laborales del pasado.
Se
supone, que cuando ellos necesiten, la solidaridad intergeneracional entrara en
acción.
En
España, estadísticamente, la mayoría de ancianos dependientes, son cuidados en
sus casas o en la de los hijos. Cuidar a los padres se considera un deber
moral.
Y en ese deber, el cuidador puede sentirse psicológicamente
atrapado, las 24 horas del día, en situaciones que se pueden alargar años. Todo
ello, requiere también conciliación laboral, teniendo en cuenta que con la
actual ley de pensiones es “obligatorio” cotizar hasta los 67 años, para tener
derecho a una pensión digna.
¿Quién cuidara de los dependientes?, e
incluso de los nietos.
Se supone que aumentaran los cuidadores
profesionales, en el domicilio o en residencias. Los cuidadores en domicilio,
tienen jornadas laborales de 24 horas, con condiciones laborales precarias y se
han de tener los recursos económicos.
No es fácil encontrar una aceptable solución
para todos los afectados de este gran problema social.
El estado deriva en la familia la gestión, y
es en el hogar donde se ubican las responsabilidades, las imposibilidades y los
egoísmos cómodos.
CONCLUSIÓN:
Todos tenemos claro que hombres y mujeres han
de estar en igualdad de condiciones en el mercado laboral (espacio público) y
en la organización familiar (compra limpieza, niños, etc.).
Pero, aun ahora son mayoría las mujeres que después
del permiso de maternidad, solicitan trabajo a tiempo parcial durante 1 ó 2
años y algunas excedencia. Es un tiempo que no se cotiza o se cotiza menos, y
si se deja el trabajo es difícil encontrar otro.
Desde la Unión Europea, se intenta propiciar
la no feminización del cuidado y que hombres y mujeres estén en igualdad de
condiciones.
Para la sociedad están importante lo
reproductivo, como lo productivo. Las empresas no deben desperdiciar recursos
humanos, que con más flexibilidad disfrutaran de mejor calidad de vida.
La meta utópica, es conseguir la paridad económica,
para los que están en el mercado laboral y los que están (en algún momento de
su biografía), en el hogar cuidando de personas, y poder decidir una cosa u
otra según las necesidades familiares.
Derecho a ser “Cuidados” o “Cuidar” en algún momento
de nuestra vida.
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