El pasado domingo día 27 de abril, de entre los temas presentados se eligió :
“Es más peligroso un ingreso hospitalario en fin de semana", propuesto por Teresa.
"La fama para quien la quiera", propuesto por Mª Carmen
“Es más peligroso un ingreso hospitalario en fin de semana".
¿Los hospitales matan?
Usted es el experto, diga.
No matan, pero hay infecciones hospitalarias
peligrosas, y errores humanos también.
Y puedes morir.
El riesgo cero es imposible,
incluso en un hospital. Un hospital es un lugar peligroso: ¡ pugnan la vida y
la muerte ! Todo va en serio, y nos compensa tenerlos, funcionan.
Algunos mejor que otros, ¿no?
¿Y usted se sabe todo esto?
Informo a la población británica
de qué hospitales son mejores o peores cada año.
¿Mejores o peores en qué sentido?
En equipos médicos, en
instalaciones, en mortalidad, en altas, reingresos, solvencia, balance
económico, eficiencia... ¡En todo!
¿Y qué hospital gana?
En mi país, este año, el de
Cambridge.
¿Y sabe cuál es el mejor de
España?
Conozco los mejor valorados en
Catalunya en el 2012: el ICO (Institut Català d’Oncologia) y el Dos de Maig.
¿Quién lo dice?
Sus usuarios, según un informe
similar al mío, encargado por el Departament de Salut de la Generalitat. Les he
asesorado.
¿Transparencia total?
En Gran Bretaña la hay. Y espero
que también aquí, si siguen nuestra pauta. ¡Ni ocultaciones ni enjuagues! El
ciudadano tiene derecho a saberlo todo: paga los hospitales con sus impuestos.
¡Máxima transparencia!
¿A qué hospital iría con un
infarto?
Al hospital Christie, de
Manchester. Como norma general, al más cercano... con una buena unidad hemodinámica.
Y por eso son decisivas las ambulancias.
¿Por qué?
La ambulancia sabe qué hospital es
el mejor y más cercano para esa urgencia. ¡Un buen servicio de ambulancias
salva muchas vidas!
¿Lo tenemos aquí?
Sí, eso está bien. Otras cosas...
no tanto.
¿En qué nos conviene mejorar?
En ingresos hospitalarios
evitables: de todas las hospitalizaciones realizadas en el 2012 en Catalunya,
39.000 eran innecesarias.
Eso es un gasto...
Y también hay operaciones en
quirófano que podrían haberse solventado con cirugía ambulatoria.
¿En qué aspectos estamos más
quejosos de nuestros hospitales?
¡En la calidad de la comida
hospitalaria, ja, ja…! Y también en las listas de espera, que están volviendo a
crecer...
¿Qué número de camas por habitante
sería óptimo?
Importa menos el número de camas
que el número de buenos médicos.
¿Y los errores humanos de los que
me hablaba…?
Muchos están relacionados con el
llamado “efecto de fin de semana”: en los hospitales, los fines de semana son
más peligrosos que los días laborables, pues vemos crecer el índice de
mortalidad y de reingresos.
¿Y cómo se explica ese efecto?
Por el factor humano: los médicos
titulares y sus equipos de primera línea están descansando, y cubren sus
funciones equipos médicos menos expertos...
Que se equivocan más.
Y lo mismo sucede durante el mes
de agosto y en los periodos vacacionales altos. Es inevitable, y es un fenómeno
global: sucede en todas partes.
Pues procuraré no ponerme malo en esos
momentos…
Mejor nunca, ¿no?
¿Qué sistema sanitario le parece
el mejor del mundo?
No el de Estados Unidos, desde
luego, ¡que deja desprotegidas a 45 millones de personas!
Y sangra bolsillos, por
sobrediagnóstico: si pueden diagnosticarte tres sesiones… ¡mejor que dos!
Suena poco ético...
Al ser humano le gusta el dinero.
¿Y qué opina de los sistemas
sanitarios europeos?
Son más eficientes y universales.
Para preservarlos, ¡hagámoslos muy, muy transparentes!
Y escuchemos a sus usuarios.
¿Qué debería tener un hospital
para ser muy buen hospital?
¡Liderazgo! Un equipo al frente
con ideas claras. Y alto compromiso con su oficio. Y buenas prácticas.
¿Mejor hospital grande o pequeño?
De todo. Es decir, centros
ambulatorios eficientes que eviten ingresos hospitalarios, y también buenos
hospitales grandes. Y, sobre todo, evitar reingresos: el reingreso es el
termómetro de cierto fracaso…
¿Quién es el mejor aquí en esto?
El hospital Clínic y el hospital
de Bellvitge, entre los grandes. Y el de Campdevànol, entre los pequeños.
¿Cómo minimizar los efectos de la
crisis económica en los hospitales?
Eficiencia y una cierta capacidad
de sacrificio colectivo. Aquí, por lo que veo, está haciéndose bien: sus
usuarios califican a los hospitales catalanes con una nota de 8,5 sobre 10.
VÍCTOR-M. AMELA y SERGI ALCÁZAR
entrevistan a:
Tim Baker, analista del sistema
hospitalario británico
Para “La contra del Periódico “La
Vanguardia”
En la literatura
La gloria literaria es una equivocación, dijo Borges alguna vez. Es
una forma de la incomodidad, dijo también. Dichas por alguien que manifestó en
más de una ocasión el deseo –compartido con su padre– de ser invisible, estas
palabras resultan absolutamente coherentes, pero la cuestión es: ¿quién no ha
oído hablar de Jorge Luis Borges?
Porque la fama –divinidad de la que ya Virgilio destacaba su rapidísimo vuelo– no la escoge nadie; es ella quien escoge.
Porque la fama –divinidad de la que ya Virgilio destacaba su rapidísimo vuelo– no la escoge nadie; es ella quien escoge.
Hay grados en esto de la fama literaria: hay escritores famosos y hay
escritores famosísimos. A los primeros suele conocerlos mucha gente, además de
los especialistas en temas literarios; a los segundos los conoce todo el mundo,
incluso quien no lee nunca nada. Estos últimos suelen ser autores superventas,
escritores que han logrado algún best-seller más o menos feliz. Las estrategias
comerciales suelen ser determinantes y pueden activarse tanto desde el
principio, con best-sellers claramente premeditados, como a posteriori, para
promocionar obras que reciben una acogida favorable totalmente imprevista. Pero
ni en un caso ni en el otro lo comercial resulta un factor necesariamente
incompatible con la calidad literaria, cosa que a muchos les cuesta aceptar. De
hecho, la presencia del best-seller en el campo literario suele indignar a la
mayoría de los apocalípticos y provoca una lógica reacción defensiva por parte
de quienes se sienten atacados.
Conviene recordar que el campo literario es, fundamentalmente, un
espacio conformado por posicionamientos artísticos. Pierre Bourdieu lo señaló
en numerosas ocasiones, y fue él también quien mostró cómo normalmente los
distintos gustos que coexisten en una sociedad se autojustifican en forma
negativa, rechazando los otros gustos. No es extraño entonces que con mucha
frecuencia las justificaciones estéticas en el interior del campo literario se
expresen en clave dialéctica, con argumentos y contraargumentos que muestran
los distintos posicionamientos en juego.
Así se hace evidente que el campo literario es un campo de luchas,
donde nadie quiere mantenerse en una periferia marginal porque quien más quien
menos aspira a tener el control, a ocupar el centro y conseguir así que sea su
visión de la literatura la que domine. Esta dinámica queda ilustrada con las
reacciones que suele provocar el best-seller en muchos críticos, pues una y
otra vez asoman maniobras de resistencia a la concepción literaria
–pseudoliteraria, se dice entonces– que representa este fenómeno, pero es obvio
que el mercado no está de parte de estos apocalípticos, sino de parte de los
superventas –que por eso lo son– y esto genera a veces una crispación y una
rabia fuera de lo común, que lleva a cuestionar continuamente la credibilidad
de la lista de los libros más vendidos y, sobre todo, la calidad de esos
libros.
Los enfrentamientos en este sentido tienen que ver con el gran alcance
inherente al best-seller, factor que incide negativamente en la valoración de
la calidad de las lecturas pues, como han constatado muchos estudios
sociológicos, cuanto más se difunde una práctica artística más disminuye su
valor simbólico. De ahí que lo genuino, lo auténtico, suela quedar asociado a
una cantidad más bien reducida de obras. Se evita así el riesgo de la
devaluación. Frente a esto poco puede hacer la literatura que logra un consumo
masivo, por mucho que quiera ser considerada de calidad. Los autores de
best-sellers –algunos nombres, entre los que no faltan auténticas marcas
registradas, asoman de inmediato: Stephen King, Ken Follett, John Grisham, Tom
Clancy, Michael Crichton, Noah Gordon, J. K. Rowling, Stieg Larsson, Carlos
Ruiz Zafón– consiguen grandes cifras de ventas y dominan el mercado, pero saben
bien que eso los sitúa en una posición incómoda en el interior del campo
literario, a merced de muchos francotiradores.
Desde el punto de vista de los criterios de valoración que dominan en
el interior del campo, las jerarquías suelen ir en dirección contraria al éxito
comercial. O sea, que quien vende mucho gana sin duda mucho dinero, pero se
arriesga a perder prestigio. Porque una cosa es el capital económico y otra, a
veces bien distinta, el capital simbólico. Sólo en el segundo caso entra en
juego el prestigio literario, el gran beneficio del que disfrutan los
escritores consagrados, siempre asociados a la literatura de gama alta. La de
los best-sellers se asocia a la otra, a la literatura no literaria, a la
literatura kleenex (de usar y tirar), a la de género veraniego.
Son obras que han quedado desvalorizadas por una excesiva divulgación
y por tanto son sospechosas de basarse en una seducción fácil para satisfacer
el gusto de la inmensa mayoría de lectores potenciales en una sociedad de
masas. De ahí a considerarlas obras-basura hay sólo un paso. Y por cuestiones
higiénicas está claro lo que hay que hacer: impedir que entren en el campo
literario o expulsarlas de allí si han logrado entrar ya.
No vaya a ser que se confundan con la literatura auténtica y al final
nadie distinga en medio de la mezcla las voces de los ecos. Pero mientras se
libra la lucha en el campo literario para decidir quiénes se quedan con la
buena fama y quiénes con la mala, una cosa está muy clara: hay unos que son
famosos y otros famosísimos. Y a lo mejor es eso lo que de verdad molesta.
Artículo publicado en la
revista “ El Ciervo” en Enero de 2010, por David Viñas
Piquer
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