La agresividad, no es de fácil
definición. Básicamente podríamos considerarla como un instinto, y los
instintos son biológicos. Se incluyen en la herencia genética de todas las
especies, incluida la humana.
La agresividad es predadora,
cuando una especie se alimenta de otra (mata para sobrevivir).
La agresividad animal
intergrupal, no suele ser mortífera. El macho dominante de la manada, se impone
con gestos y con zarpazos, pretende el liderazgo, y el disfrute de las hembras.
Una vez conseguido este fin, todos lo hemos observado en los documentales, que
se practican rituales de retirada y apaciguamiento. Si así no lo hicieran,
muchas especies ya se habrían extinguido.
El hombre es animal en todo
el sentido de la palabra .En lucha primaria, usa todo su cuerpo, uñas (araña),
dientes (muerde) y objetos (lanza), y como es capaz de emitir sonidos, gruñe,
gesticula e insulta. Hiere con la palabra y con la misma palabras puede
defenderse.
El hombre es la única especie
que mata por placer (caza), o por sadismo agrede o asesina.
En las guerras se plantea el
dilema del ataque o la defensa, y se
mueven por el instinto de supervivencia de las gentes, para que se encienda su
patriotismo, con los resultados de derrota o victoria.
Pero como la vida sería un
caos, en una constante agresividad implícita o explícita, todas las culturas
han encontrado una fuerza constructiva y destructiva, creando valores como la “empatía”
(ponerse en el lugar del otro), solidaridad (compartir lo que uno tiene), tratados,
arbitrajes, mediaciones, armisticios, paz.
El Código Penal, castiga a
quien hiere, y se mira con lupa la legítima defensa.
El temor al castigo, a la cárcel,
frena el impulso de ataque, aunque no siempre.
Solo el estado se reserva el
derecho a la fuerza (Ejército y policía), con el supuesto principio de
salvaguardar el bien común.
Los hombres y mujeres modernos
no han de salir a cazar y recolectar, todo se lo venden en el supermercado. Ni
siquiera tienen que defender su territorio. Sin embargo en la cuestión
territorial, permanecen reminiscencias ancestrales latentes en el subconsciente
colectivo. Se siguen creando amigos y enemigos simbólicos y divisiones entre
nosotros y ellos.
La lucha por la vida se
libra en los despachos y en los puestos de trabajo. La agresividad se practica
más con los próximos, con los que tratamos cada día que con los desconocidos.
El roce hace el cariño pero también el conflicto.
A las elites, hoy
calificadas de “extractivos” se les considera gavilanes, las palomas somos la mayoría.
A estas elites se les atribuye agresividad maquiavélica (El fin justifica los
medios), a algunos se les llama “tiburones de las fianzas.
Una cierta competitividad “agresiva”
es aceptada socialmente, tomos reconocemos que hay bienes sociales escasos (Prestigio,
riqueza, estatus profesional). Ni siquiera hay empleo para todos, se trata pues
de voluntad individual, de logros y méritos, aunque el “trepa” usa estrategias
más subliminales.
Ya no se practica, la lucha
por la hembra, entre los hombres, al menos en occidente. La búsqueda del macho
se hace practicando la seducción más o menos “agresiva”, en igualdad de
condiciones.
Hombres y mujeres despliegan
sus armas, para la descarga de tensión, hay la opción del gimnasio, donde se
practican artes marciales refinadas, y hay multitud de talleres donde se
liberan mosqueos personales.
Estar siempre en posición de
réplica, sobretodo dialéctica, es incómodo, por eso pactamos, conciliamos o
perdonamos y si podemos nos distanciamos de quien nos agrede emocionalmente.
Cada cual tiene su grado de
tolerancia, su umbral de autocontrol.
La agresividad, tiene
componentes psicosomáticas. Nuestro sistema muscular se activa y el
pensamiento-emoción se enciende.
Se dice de los flemáticos, que
parece que no tengan sangre en las venas, y de los coléricos, que la sangre les
hierve y se ponen rojos de ira.
Todos conocemos individuos
(hombres y mujeres) que se alteran por
lo mínimo, y van repartiendo coces verbales a diestro y siniestro. Siempre están
en guardia, los discutidores y los polemistas, para ellos todos los demás son
adversarios.
La ciencia ha estudiado los
aspectos neurológicos, fisiológicos, psicológicos y pedagógicos y aun no tiene
claro porque unos individuos se retiran y otros atacan.
Todos llevamos el efecto “gaseosa”
dentro, nos abrimos cuando estamos agitados, vertiéndonos emocionalmente y
causando a veces algún estropicio.
Decía Aristóteles: “Es
virtud, enfadarse con la persona adecuada y en el momento oportuno, en el grado
exacto, con el propósito justo y de forma correcta”.
Parece que cuando estamos
agitados dejamos actuar a nuestro piloto automático, nuestro cerebro límbico es
el más inconsciente, en el acumulamos el síndrome de “La olla a presión”, si se
destapa puede llegar a saltar por los aires, y podemos llegar a ser agresivos
con personas inocentes...
Todos tenemos nuestro mal
momento, si nos hieren nos enrabiamos. La rabia, nos libera de la apatía y de
la impotencia.
Tenemos derecho a expresar
lo que sentimos y atenernos a las consecuencias.
Conclusión:
La agresividad y la
docilidad son adaptativas, todas las sociedades necesitan a la vez de los rebeldes
y de los conformistas, de los competitivos y de los normalitos, del trabajo
diario que sostiene a la gente.
La conciencia civilizada se
basa en la resignación calmada, en la diplomacia. En la “urbanilidad”, el zafio
y el grosero hieren nuestra sensibilidad Soportamos con paciencia colas,
burocracia, atascos e incomodidades urbanas. Somos mucho menos agresivos que
nuestros antepasados.
La mayoría vamos de "palomas"
por la vida, porque confiamos, por miedo, por prudencia, por no querer jaleos.
Es más nos sentimos incomodos, cuando alguien riñe a nuestro lado, porque tenemos
que tomar partido, o porque consideramos a los “muy cabreados”, poco adaptados
socialmente.
Un exceso de sensibilidad
personal es un billete a la injerencia psicoterapéutica, su gestión utiliza metáforas
bélicas, como:
Atacar los problemas
Vencer las dificultades
No rendirse
Se crean a nivel general
conflictos (sociales y económicos), que condicionan o retardan su resolución
La ciudadanía cabreada,
puede producir tumultos, a algunos individuos, les sale el instinto de horda y
se convierten en “energúmenos ocasionales” (manifestaciones, futbol, etc.). El
instinto agazapado en el subconsciente, no da tiempo a la reflexión.
Es frecuente la confusión
entre, hostilidad, cólera y violencia, la diferencia consiste en lo siguiente:
La Hostilidad es una actitud.
La Cólera una emoción.
La Violencia es acción, verbal o física
Hemos de estar en guardia
mentalmente, porque la agresividad puede venir envuelta en valores sociales
(creencias religiosas, ideología política), que pretenden con sus argumentos
tener la solidez de una roca.
A nivel personal, el
autocontrol es un ejercicio de cada día, en cualquier circunstancia, aun en las
más problemáticas, nos proporciona una mejor adaptación de perspectivas.
La represión del impulso,
entre el estímulo y la respuesta, exige en ocasiones un esfuerzo extenuante.
Cada cual lo gestiona a su manera:
Perdida de los estribos
Para finalizar podríamos decir
que agresivos nacemos y violentos nos hacemos.
Podéis dejar vuestros comentarios y opiniones en el recuadro inferior si así lo deseáis
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