La vida moderna es posible gracias a que
conocemos los metales y sabemos cómo usarlos.
Están
en todos los ámbitos de nuestra vida, desde la construcción, la industria y el
arte Estos soportan nuestros edificios y puentes, nos permiten volar, navegar y
desplazarnos, sustentan la producción industrial y el comercio.
A lo largo de la historia, desde su aparición en la Tierra, el ser humano se ha ayudado de instrumentos para modificar la naturaleza a su favor.
En este sentido, la historia del hombre es una historia de la técnica, una historia en la que se ha buscado
trasformar los elementos disponibles en el medio
ambiente de modo que esta transformación hiciera la
vida más sencilla.
Desde muy tempranos momentos el hombre utilizó los elementos más disponibles a su alrededor: palos, piedras,
pieles, huesos… elementos que podían ser trabajados, manipulados, para conseguir de
ellos una efectividad, pero elementos que no necesitaban, en última instancia,
de ninguna transformación íntima, ninguna modificación de sus propiedades
estructurales.
No es esto lo que ocurre con los metales. El metal, en su mayor parte, requiere para ser utilizado de una
modificación trabajosa y compleja de las características en que lo hallamos en estado natural.
La
aparición de la metalurgia es un elemento reciente,
visto desde la escala general de la historia,
pero de tal importancia para el ser humano que no sería posible entender sin él
el flujo de la historia ni, por supuesto, las sociedades contemporáneas.
Así
se ha considerado desde antiguo, hasta el punto de considerar su descubrimiento
el hito que marca un antes y un después en
las sociedades prehistóricas.
En
1836 el danés C. J. Thomsen expone el Sistema de las Tres Edades para
clasificar el material prehistórico, propone que los materiales se dividan según
provengan de la Edad de Piedra, de la Edad del Bronce o de la Edad del Hierro.
Este
sistema fue rápidamente aceptado por los investigadores y supuso un importante
avance conceptual. Los artefactos prehistóricos podían ordenarse
cronológicamente y, así, se proporcionaba un método eficaz para el estudio
del pasado. Hoy día dicha clasificación, sigue vigente.
Se
conoce que hace unos 300.000 años, el hombre ya usaba minerales metálicos como adorno, por su singularidad o belleza,
como en el caso de la malaquita o azurita (ambos minerales de cobre).
El
primer metal que se trabajó, sin duda por la facilidad de hacerlo, fue el cobre
nativo.
Las
primeras evidencias de su trabajo las hallamos en los
yacimientos de Tell de Sialk (Irán) y en Cayönü Tepesi
(Anatolia), datados hace 9000 años
El
cobre nativo se puede trabajar en frío, por martillado, pero también se puede
calentar para aumentar su maleabilidad y disminuir su fragilidad.
Para
esto último basta una temperatura de 200 a 300º C, lo que
sin duda no era difícil de conseguir para los hombres de aquella época.
Sin
embargo, la fusión del cobre requiere de
una temperatura de 1083º C. Se sabe qué hace 5000 años, el hombre ya era capaz
de fundir el cobre e introducirlo en moldes para fabricar armas y herramientas.
Otros
metales trabajados de manera
premetalúrgica son el oro, que es fácil de
trabajar por martillado a partir de las pepitas; el platino y la plata nativa,
asociados a la fabricación de adornos y joyas.
Todos
estos minerales se encontraban en la
naturaleza en estado puro, y eran recogidos y eran variadas sus formas, sin
variar sus estructuras, hasta la aparición de la metalurgia primitiva.
Tradicionalmente
se ha considerado la aparición de la metalurgia un como el hito que marca un
antes y un después en la prehistoria, sin embargo, la metalurgia,
sin dejar de ser una "innovación tecnológica”, no es más que la
consecuencia de avances globales en la civilización humana.
Como
se ha dicho antes hay que alcanzar más de 1.000º C, para lograr que el cobre se
funda, pero se necesitan 1.250º C, para cocer la cerámica, y en aquellas épocas
ya existían hornos de cerámica, que gracias a la utilización de un soplete de
boca o un fuelle se podían alcanzar estas temperaturas.
Hasta
aquí hemos querido hacer un repaso somero del nacimiento de la metalurgia, un
siguiente paso sería el de la aparición de las aleaciones, y con ellas la entrada
en la Edad del Bronce.
Después
de que se consiguiera fundir el cobre, este se empezó a mezclar o alear con
elementos como el antimonio, el plomo o el arsénico pero la aleación reina es,
sin duda la del cobre con estaño, es decir el bronce.
Los
mejores ejemplos de aleación de cobre con arsénico los hallamos en las espadas
y puñales de Carnoët (Francia) de hace 4000 años.
Añadiendo
al cobre un 10% de estaño se obtienen varias ventajas en el material resultante
como es disminuir la temperatura de fusión la obtención de un metal fundido de
una gran fluidez y, por supuesto, la mayor dureza del bronce que del cobre.
Sin
embargo un exceso de estaño, más de un 13%, vuelve al bronce quebradizo lo que
lo hace inservible.
La
imposición del bronce hace que las armas sean cada vez más
numerosas y más útiles para la guerra.
El
bronce conoció enormes éxitos con la aparición de los primeros grandes imperios
como los orientales, el del Egipto faraónico, el de la
Creta minoica.
En
esa época se conocía ya el hierro, pero no su tratamiento metalúrgico.
Existe
en la tierra muy poco hierro en estado nativo, casi todo se encuentra en forma de óxidos que hay que tratar para la
extracción.
Existía
el hierro procedente de meteoritos, y que era tratado como el cobre nativo,
generalmente para hacer armas, pero era tal su escasez, que se consideraba que
era un don de los dioses y solo disponían de armas de hierro los héroes de la
época (De Aquiles, para arriba, por decirlo de alguna manera).
Los
primeros en entrar en la Edad del Hierro fueron los hititas en el área de
Palestina y solo fueron necesarios unos siglos para que a continuación lo
hiciera todo el mundo antiguo.
Aunque
el trabajo del hierro es el más
difícil de realizar de entre todos los metales, las posibilidades que
ofrece, su mayor eficacia y la dificultad de abastecerse de cobre y estaño hicieron que el
hierro substituyera a las labores asociadas al cobre de manera bastante rápida.
La Edad del Hierro comienza a finales del segundo
milenio antes de Cristo, y el conocimiento del carburado o acerado, fue
decisivo en su expansión. El conocimiento de la siderurgia se extendió
rápidamente por el Próximo Oriente, Chipre y el Egeo y, en algunos siglos se
hizo asidua en Europa, gracias a la abundancia de hierro que existía en esta y
a los numerosos bosques que posibilitaban la obtención de grandes cantidades
del carbón vegetal necesario para su tratamiento.
La colonización griega y fenicia hizo que el hierro
se difundiera rápido por la Península Ibérica, el norte de África y, seguramente, por la fachada atlántica. El bronce, de todos modos,
se sigue utilizando.
A partir de ese momento, y para no alargarnos
el hombre ha seguido sus investigaciones en la metalurgia y la siderurgia hasta
nuestros días. Cada vez se han conseguido mejores y más fuertes aceros y
aleaciones que aumentaban la dureza del metal.
El hierro es común en la Tierra como hemos
dicho, pero los minerales que hacen falta para estas aleaciones no tanto, por
ese motivo, los lugares o países que los tenían y podían comerciar con ellos
han sido puntos clave tanto en el desarrollo industrial como en los momentos bélicos.
Es sabido que Franco pago parte de la factura
del armamento a Alemania, a base de vender Wolframio o Tungsteno (descubierto
por científicos españoles en siglo XVII), imprescindible para la fabricación
del acero necesario para el blindaje de proyectiles y carros de combate.
Esta dependencia de la industria con los
minerales ha hecho que muchos de ellos sean considerados estratégicos.
Como minerales estratégicos se designan a
todos aquellos minerales que son utilizados en la industria por sus
particulares propiedades intrínsecas, siendo sus reservas muy codiciadas por
los países industrializados.
Un mineral es también estratégico para el país
productor cuando supone su exportación un gran ingreso. Los expertos hablan que
28 son los minerales, considerados como “imprescindibles para el funcionamiento
de la economía mundial”.
Aparecen en primer término el cobre, plomo,
zinc, estaño, platino y uranio, siguiéndoles rápidamente en la escala de
preferencias la plata, las calizas y las tierras raras, el coltán, niobio,
berilio o molibdeno han ingresado en esta lista debido a los últimos avances
tecnológicos.
Minerales como el cerio, el neodimio, el prometio
o el europio pertenecen al grupo de elementos llamado "tierras raras"
y son imprescindibles para la fabricación de dispositivos electrónicos como
pantallas de ordenador o baterías.
Últimamente se está hablando del coltan, como
uno de los minerales más ansiados y por ello más codiciados.
La columbita-tantalita —abreviada como coltán
o coltan — es un mineral óxido.
La columbita está compuesta por óxidos de niobio, hierro y manganeso y la tantalita está compuesta por óxido de tantalio, hierro y manganeso en cualquier proporción. Estos óxidos constituyen
una solución sólida en ambos minerales. Son escasos en la naturaleza y dan un
claro ejemplo de materiales que han pasado de ser considerados simples
curiosidades mineralógicas a estratégicos para el avance tecnológico debido a
sus nuevas aplicaciones.
El principal productor de coltán es la República Democrática del Congo con cerca del 80% de las reservas mundiales estimadas,4 si bien existen menores reservas probadas o en explotación en Brasil con el 10% de las reservas,
Según
informes de agencias internacionales de prensa, la exportación de coltan ha
ayudado a financiar a varios bandos de la Segunda Guerra del Congo,5 un conflicto que ha resultado con un balance aproximado de más de 6
millones de muertos.
Ruanda y Uganda están actualmente exportando coltan robado del Congo a occidente,
donde es utilizado en casi la totalidad de dispositivos electrónicos.
La mayoría de los yacimientos de los minerales
estratégicos suponen la destrucción total o parcial del ecosistema en el que se
encuentran al situarse éstos en países en desarrollo, donde la gestión de los
residuos en su generación es carente o ineficaz.
Los efectos ambientales de la explotación del
uranio y sus procesos posteriores incluyen: contaminación de aguas superficiales
y subterráneas con ácidos, metales pesados y material radiactivo. Se calcula
que por tonelada de uranio se generan 3.700 litros de residuos líquidos y cien
veces el peso del material obtenido en residuos de sólidos (muchos
radiactivos), que poseen una vida media de hasta miles de años.
En vista de este panorama, no sé si cabría
preguntarse, si los avances tecnológicos al nivel que los está llevando la
humanidad, se pueden llamar verdaderamente avances, y si cada vez que nos
cambiamos el teléfono móvil por uno con una pulgada más de pantalla, realmente
estamos mejorando nuestro nivel de vida o en realidad estamos volviendo al
mismo punto, donde un hombre vestido de pieles
se le ocurrió que golpeando con una piedra un pedazo de material rojizo
podría conseguir un hacha con la que cortar un árbol.
¿Podría ser esta reflexión un inicio del
debate?
no pbliquen tanto porfavor
ResponderEliminar¿Que quieres decir con esto?
Eliminar