jueves, 15 de octubre de 2015

GAY TALESE, Uno de los padres del nuevo periodismo











Ponencia de Teresa Campos –10.10.2015– Realizada de diferentes fuentes y artículos sobre su vida y diferentes entrevistas hechas a él.
 
En Ocean City, New Jaersey, esa ciudad de la costa atlántica nació Gay, americanización de Gaetano (por su abuelo), el 7 de febrero de 1932. Actualmente tiene 83 años




Después de graduarse en junio de 1953, en la Universidad de Alabama se trasladó a Nueva York, donde entró en el diario The New York Times, en la calle 43, contratado como “el chico de los recados”. Mi trabajo consistía en llevar café y sándwiches a los redactores y en llevar mensajes de un despacho a otro. 

Es el trabajo más importante que he tenido jamás, porque me permitía ver los entresijos del periódico sin que nadie reparara en mí. Era un edificio de 14 plantas que yo subía y bajaba sin cesar. Tenía acceso a todas las secciones: circulación, ventas, anuncios clasificados, el suplemento dominical, la revista de libros. La torre de marfil estaba en el último piso. Allí tenían sus suites los altos cargos y los propietarios, la familia Sulzberger. Conocí a todo el mundo: editores, redactores jefes, operarios, linotipistas, impresores, los conductores de los camiones de reparto. Fui testigo de rivalidades, de luchas por el poder, huelgas, piquetes, todos los cambios que experimentó el periódico a lo largo de una década. 
Después de una breve estancia en el ejército, volvió a entrar al The New York Times en 1956 donde le asignaron las páginas de deportes durante diez años. A partir de este momento siguió ejerciendo la profesión escribiendo columnas en The New Yorker, Time, y en las revistas Esquire y Harper's Magazine

Su artículo sobre Frank Sinatra, “Frank Sinatra has a cold”(“Frank Sinatra tiene un resfriado”), fue elegido el mejor artículo publicado de la historia de la revista Esquire



La vida, para Talese, como para muchos hijos de la inmigración, estaba entre dos mundos. El que representaba sus padres y su familia, moldeados en la penuria de la Italia rural de entreguerras, y el del mundo de oportunidades que se abría enfrente suyo. «Todo el libro es un intento de entender la complejidad de no ser una cosa al completo y tampoco de ser la otra. Nunca sentí que yo fuera americano del todo, a pesar de que el inglés fue mi primer idioma», asegura.

Sentado en un sillón de cuero, con un traje de tweed ribeteado, chaleco de cuadros, camisa y pañuelo a juego y zapato inglés, es difícil que alguien compita en elegancia con Talese, a sus 83 años. Pero también es complicado encontrar a alguien que haya mirado tanto a los olvidados, al lado oscuro de la sociedad. «Tengo afinidad por las personas que están fuera de los círculos del éxito», confiesa. Lo ha hecho en muchos de sus artículos y libros, y también en este retrato de los orígenes de su familia.

Es un pilar de la escritura estadounidense contemporánea. Se le considera uno de los padres del nuevo periodismo, el reporterismo que pese a ser literario no renuncia a la verdad ni a ir al fondo de las cosas. A sus 83 años, Gay Talese sigue escribiendo y dice que no ha perdido la curiosidad, a la vez que se muestra muy crítico con su profesión y con su país.
Actualmente tiene dos hijas con su mujer Nan Talese, una destacada editora de Nueva York.




–¿La manera de hacer periodismo cambia cuando el objeto es su familia?
–No. Yo siempre escribo mis historias de la misma manera. Me pregunto quiénes son esta gente, de dónde vienen, qué hicieron para llegar aquí, y después qué pasó y después qué pasó y después qué pasó… Eso es todo lo que hay que hacer.

Sin Twitter ni Facebook –sucumbió al e-mail porque cuenta que en 'The New Yorker' no le aceptaban el envío de artículos en papel–, ejerce de lo que es, de reportero. Informando de y sobre la calle desde la calle, no como esos 'indoors' que se incrustan en la silla y sólo beben de las fuentes de internet.

Talese siempre ha sentido una gran curiosidad por la manera en que la gente común enfrenta épocas tumultuosas y sobre el conflicto entre la tradición y el cambio. “Todo lo que quiero es ver a la gente en su hábitat. Verla lo más posible. Es lo que yo llamo “el fino arte de frecuentar.” Me gusta estar ahí donde la persona trabaja o donde pueda ver cómo interactúa con otros. Quiero interacción, conversación y conflicto. Quiero que la gente me cuente sus historias y me permita hacerlas públicas. Y para eso hay reglas: nunca mentir, nunca sacar ventaja de la gente con la que estás trabajando y nunca defraudar la confianza que han depositado en ti. Llevo medio siglo haciendo periodismo y hoy puedo decir que siempre soy capaz de mirar a los ojos a las personas sobre las que he escrito. Los periodistas deben ser exploradores insaciables. Deben ser como los mineros: encontrar a alguien, cavar en él, sacar un material valioso, pulirlo y hacer una joya. 
Eso es hacer del periodismo un arte: crear textos que permanezcan en la memoria y en la retina del lector. El periodismo no puede ser relación de una sola noche. Hay que invertir mucho tiempo en acercarse a una persona. Tener curiosidad, paciencia, educación, respeto para establecer una relación de confianza. Viajar, conversar, conocer de primera mano aquello sobre lo que estás hablando.”
"Elegí el periodismo como carrera universitaria, porque esto es lo que sabía, pero en realidad me convertí en un estudioso de la historia”.

–¿Qué historia le gustaría contar?
–Sólo puedo hacer un 1% de lo que me gustaría. Pero si tuviera el poder para hacer lo que quisiera, perseguiría a los cinco tipos liberados de Guantánamo [en referencia a los cinco talibanes que el Gobierno de EE.UU. ha puesto en libertad a cambio de Bowe Bergdahl, el único soldado estadounidense prisionero en Afganistán] y me pasaría un mes con cada uno de ellos. Les preguntaría sobre su infancia, sus padres, el pueblo en el que se criaron, sus héroes, sus enemigos, sus sueños… Debemos darles nombres e historias para entender quiénes son, y no contentarnos con la palabra «activistas», que repiten los medios cincuenta veces cada día.

P: Lo que usted hace no es ficción, pero su visión de la escritura no está muy alejada de la del novelista.

R: Creo que es legítimo escribir reportajes con las armas propias del contador de historias. Yo aspiro a ser un buen contador de historias, con un matiz importante, y es que no me aparto de los hechos y solo utilizo nombres reales. Hay grandes novelistas que han sido magníficos reporteros, como Graham Greene, John O’Hara o Hemingway. Yo escribo reportajes, y un reportaje no es ficción. Hay que poner mucho cuidado en no imaginar absolutamente nada. Que imagine el novelista. El escritor de no ficción tiene que trabajar el interior del personaje, su entorno, la atmósfera en que existe. Todo eso le da a la crónica un aire de ficción, pero hay diferencias y matices. En un buen reportaje, los hechos se han de subordinar al personaje, no al revés.



Los hijos, es una crónica de la mudanza de su familia calabresa a Nueva Jersey. “Por encima de todo, es una historia sobre la inmigración, que sigue siendo el tema más candente en Estados Unidos, donde hay una extraña mezcla de rechazo y aceptación hacia los emigrantes, contradicción que da que pensar. A la gente se le olvida de dónde procede”.

¿Proyecta su sombra la mafia de modo distinto al cambiar de continente? “No cambia. La gente no se da cuenta pero en realidad Los hijos y Honrarás a tu padre son libros gemelos. Se podría incluso decir que son el mismo libro. El hilo conductor somos los hijos del sastre y del gángster. Tenemos la misma edad y experiencias muy parecidas. Nuestros padres emigraron a América el mismo año, con una diferencia importante: mi padre no tuvo éxito, y Joe Bonnano sí. Ganó mucho dinero, tenía coches caros, incluso sus trajes eran más elegantes. Se conocieron gracias a mí y se hicieron amigos”.

–Por ejemplo, en el 11 de septiembre. Parecía que EE.UU. era el primer país del mundo en ser atacado. Hay bombas en todo el mundo, mueren miles de personas todos los años.

Desde que comenzó a hablar, Mr. Talese miraba con desdén mi grabadora. Porque no le gusta, él nunca ha usado una. Incluso la considera un instrumento de abuso. “Hay veces que alguien se desahoga plenamente contigo. Y tú ves ahí un gran titular. Pero puedes hacerle daño. Dices: “me lo dijo, lo tengo grabado, no miento.” No. Hay que ser sensible. Nunca utilices el desahogo de alguien en tu beneficio. No hagas daño. A ver: no es que uno tenga que ser el protector de los personajes de sus historias. No. Simplemente hay que comprender que hay veces que decimos cosas, charlando tranquilamente, de las que luego nos arrepentimos. Mejor hay que adentrarnos más, ver más, preguntar más: “¿qué quiere decir con esto?” A veces la gente exagera las cosas para mantener tu interés. Hay que ser pacientes y pasar más tiempo con ellos. No se vale sacrificar la historia y el personaje por un titular.”

Defina curiosidad…
Esta curiosidad es como una enfermedad. Es una enfermedad que no te mata, pero que, si la pierdes, te mueres. La necesitas. Es como una adicción a una droga buena que ha de tener cualquier periodista.

Entre sus hábitos figura el levantarse a las seis de la mañana. Hay que sacar a los perros, dos terriers australianos que responden por Bricker (él) y Bronte (ella). Luego dedica un par de horas a la lectura de los diarios, de lo local a lo global, Siria, Ucrania, Rusia, China…
¿Qué piensa de...?
Pienso que si estuviera ahí, en Rusia, en China, explicaría las noticias de forma diferente.



¿En qué sentido?
Por ejemplo, leo en los diarios que los drones (aviones pilotados a distancia) han matado a nueve militantes. Utilizan esta palabra, ese es el titular, nueve militantes. Pero ¿quiénes son los militantes? El periodismo no es específico, y hay que volver para hablar de quiénes son esos militantes. Se hace la información sin ningún tipo de compresión del punto de vista del otro. Si son nuestros amigos, como los israelíes, nunca son terroristas, protegen su tierra y su seguridad. Decimos que Putin está equivocado por reclamar esa parte de Ucrania, decimos que es Hitler, pero él asegura que protege a su país de la OTAN. O Cuba, llevamos 60 años combatiendo a la pobre Cuba, intentando matar a Castro, diez veces, pero Castro es para otros como Simón Bolívar, un liberador. El periodismo adopta la actitud de nuestro gobierno en Washington para definir quién es quién. Pero es el periodismo el que ha de averiguar quién es quién realmente. Y esta es una gran misión.
Contradecir al poder tiene un precio. Edwar Snowden (el exanalista de la CIA que filtró el espionaje masivo) es un héroe.

¿Lo cree así?
Snowden está haciendo el trabajo que el periodismo no hace. Es el único buen periodista, encontró la noticia, descubrió los secretos de los mentirosos y los denunció. Este es el tipo, llámale 'whistleblower' (denunciante, o literalmente, el que toca el silbato), filtrador, ladrón, terrorista, da lo mismo, pero él consigue sacar la verdad y hace que el presidente de Estados Unidos, la Administración americana, le acosen y le califiquen de mentiroso.

El Gobierno estadounidense ha denunciado a cinco militares chinos por piratear secretos comerciales…
Afirmamos que los chinos invaden nuestro espacio y nosotros hacemos lo mismo. Snowden dio la prueba. Y ponemos a cinco chinos en el cartel de más buscados. Es ridículo. O esos magnates rusos que colocamos en la lista de malos chicos porque no nos gusta lo que está haciendo Putin. Como si fuera el director de una película, Washington elige que unos sean héroes y otros villanos, unos son militantes y otros ángeles de compasión. El periodismo no está haciendo un buen trabajo.

¿Demasiado cerca del poder?
Ahí está el problema. Hay demasiados periodistas en Washington. Reciben la información del gobierno, les tiran las migajas como a las palomas. Se debería cubrir desde la distancia, pulsar cómo afecta el gobierno en Iowa, en Colorado o en Texas.

¿Debe Snowden dejar Moscú y regresar?
¡Es una locura! Lo meterían en Guantánamo. No aceptamos la crítica. Hablamos de la libertad de expresión, de la democracia, señalamos con el dedo al que viola los derechos humanos, pero siempre que no se aplique a soldados estadounidenses. Nuestros soldados han cometido muchas atrocidades en Iraq, en Afganistán… Gadafi era mejor que lo que hay ahora. Incluso Sadam Husein era mejor que lo de ahora. No tenemos problemas con los dictadores. Nuestro general en Egipto era Mubarak y ahora está en la cárcel. Nadie en el periodismo subraya esta hipocresía. Lo hizo Snowden.

¿Ha cambiado este oficio desde su época en The New York Times?
Cuando era joven había reporteros valientes. Un nombre, Harrison Salisbury. Durante la guerra, insistían en que los vietnamitas cometían fechorías en el sur del país, pero nosotros no. Salisbury entró en el norte, por sus vías, porque no daban visados, y descubrió que los aviones estadounidenses bombardeaban hospitales de Hanói, matando a inocentes. Lo escribió en The New York Times. El gobierno contestó que era falso, que Salisbury era comunista. Pero escribió la verdad. Lo mismo podría decir de David Halberstam. Pero ya no hay Halberstam, en Iraq no hubo Salisbury.
Iraq, otra época bélica.



Había esa gente estúpida, esos corresponsales de diarios y televisiones con chaquetas de camuflaje y cascos dentro de las unidades americanas, en los tanques, ¡cubriendo la guerra desde un tanque! ¿Qué clase de reporterismo es esa? Nos hemos convertido en sirvientes de los militares, en sus relaciones ­públicas.

El presidente Barack Obama ha ­jugado fuerte contra los filtradores…
La cárcel es un lugar honorable en el que estar, mejor que ganar el Pulitzer por las estupideces que se hacen en la actualidad. El periodista ha de tener coraje. No se supone que sea un trabajo fácil. Se supone que es peligroso. Para ganar dinero se va a la escuela de Derecho.

El glamur atrae cada día más, ¿para qué ser valientes?
El asunto es que no tenemos héroes en el periodismo. Los periodistas son títeres del poder, están seducidos por el poder. Las Pussy Riot vienen aquí, las llevan por todos los sitios, posiblemente la CIA les ha puesto el dinero, ¿quién paga las facturas? Todo para avergonzar a Putin. Todo el que insulta a Putin tiene visado en EE.UU. Sin embargo, a Gabriel García Márquez se lo negaron varias veces. ¿Por qué? Era amigo de Castro.
Usted ejerce la contra.

Aunque nací en Estados Unidos, en cierta manera me siento extranjero, tengo una manera de ver las cosas como un forastero. Tengo la actitud del hijo de un emigrante. Soy americano, pero he visto mucha de la hipocresía de Estados Unidos. Este es el libro de un forastero, y los periodistas se supone que han de ser forasteros. Han de ser militantes, traidores, tal vez terroristas en el sentido de que el ordenador ha de ser un serio adversario, no irrespetuoso, pero sí escéptico y descreído, del poder. El periodista no puede ser un cortesano, porque estos quieren viajar en el Air Force One o ir empotrados en el ejército. Ese no es el lugar en el que ha de estar el periodista. Ha de estar fuera del tanque.



El silencio del héroe, la antología de crónicas deportivas
Al escritor no le interesan los momentos de gloria que aureolan el pasado del campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia, sino las heridas que dejó en su alma el sabor de la derrota. “El deporte”, dejó escrito Talese, “trata de gente que pierde, vuelve a perder y pierde una vez más. Se pierden encuentros; después se pierde el trabajo. Puede resultar muy intrigante”.

Es posible ser periodista e informarse sin utilizar Twitter o Facebook y no tener correo electrónico, aunque eso es un lujo que solo se puede permitir un reportero que no vive bajo la dictadura del modelo informativo que prima en el siglo XXI: producir mucho y muy deprisa. Mientras las nuevas generaciones de periodistas entran en un mundo laboral en el que para llegar a fin de mes tienen que firmar toneladas de noticias a 20 euros, el veterano Gay Talese aún tiene la suerte de cobrar, y mucho, por dedicar tres meses y siete páginas a un reportaje en la revista The New Yorker sobre Marina Poplavskaya, una soprano con cero interés para el nuevo dios mediático: las redes sociales. Y el tiempo y el mimo que invierte Talese en su trabajo se notan, ya que algunas de sus piezas, como la titulada Sinatra está resfriado, publicada en la revista Esquire en los años sesenta, figuran entre las mejores de la historia del periodismo.

“Soy un escritor que escribe haciendo reportajes y además soy un reportero. La idea es que lectores y escritores descubrieran en qué consiste un trabajo en el que son tan importantes las historias que se publican como las que no”.



«Aunque tenga 83 años, siempre me he sentido como un novato, un recién llegado, un forastero. Y esa es una cualidad perfecta para un periodista. Estar ligeramente alejado de lo que ves e incluso de quién eres. Soy una persona fraccionada, compuesta por varias piezas que no siempre encajan. Por eso veo las cosas de manera diferente, algo que me ha ocurrido siempre».

-«Ficción y no ficción, más cerca de lo que parece»
«La diferencia entre ficción y no ficción no es tan grande. Lo que los distingue y separa es que una tiene que decir la verdad y la otro puede imaginarla. Pero a veces, cuando imaginas la verdad, parece más cierta que cuando informas sobre algo tratando de mantenerte lo más próximo posible a la verdad. Por eso he intentado probar si puedo escribir historias que son verificables en términos de veracidad, pero que parezcan que han sido inventadas, imaginadas, fabricadas». 

«Un día, un editor del «New York Times» me envió a cubrir un incendio. Cuando llegué no había humo y los bomberos estaban enrollando sus mangueras. Había sido una falsa alarma. Lo que vi fueron dos edificios altos de apartamentos con todas las ventanas abiertas y los vecinos, asomados mirando a la calle, estaban hablando unos con otros. Como periodista me había quedado sin una historia, pero había visto otra. En una ciudad como Nueva York, la gente no habla con sus vecinos. En un barrio en el que hasta el momento los vecinos no eran cordiales, una preocupación común despierta esa amabilidad. Yo escribí esa historia y eso es periodismo creativo. Es periodismo porque no está inventado, pero también es como un relato breve. Esta es la mentalidad que traje al periodismo: la perspectiva de un escritor literario, de un escritor de relatos breves, interesado en la vida privada de personas ordinarias, comunes. Pero no inventando, sino informando».

«Mire a los sinvergüenzas que tenemos en Wall Street. Nadie ha sido enjuiciado por la crisis de 2008, por haber causado la bancarrota entre la clase baja de este país. Ni uno de ellos ha ido a la cárcel. Si hubieran sido de la Mafia, hubieran ido a prisión para siempre. Pero ya lo dijo Mario Puzzo: «Un abogado con un maletín puede robar más que 100 hombres armados». Los periodistas deberían ofrecernos lo que el Gobierno no quiere que sepas, lo que los grupos de poder no quieren que sepas. Lo que algunos están tapando porque tienen el poder para taparlo. El periodismo no está penetrando este muro de silencio y este muro de traición, engaño y corrupción. El periodismo solía ser una fuerza contra la corrupción, pero ya no lo es. Los periodistas han perdido su sentido, su propósito».Son como pájaros intercambiando la misma semilla. Como palomas en la calle, todos comen lo mismo, beben de la misma fuente. Son alimentados por el Gobierno, organizaciones con sus intereses. Yo me mantuve y mantengo alejado de todo eso. Yo quiero ir al lugar de los hechos y ver a las personas, verlas con mis propios ojos. Los periodistas dicen «no tenemos tiempo» y confían solo en sus correos, sus ordenadores y sus aparatos. No salen de su oficina para ver lo que sucede en la calle. Creemos que por leer algo en el ordenador y apretar un par de botones nos estamos enterando de lo que sucede en el mundo. Pero no te estás enterando de nada. Estás leyendo artículos que proceden de los ordenadores de otra gente como tú que también está sentada en una habitación con un ordenador. Si quieres escribir sobre una historia tienes que estar ahí». 



-Contra la tentación de la soberbia. Talese está en la historia del periodismo por varios artículos. Entre ellos, los perfiles que dedicó a Frank Sinatra, Peter O'Toole o Muhammad Alí. Ellos eran famosos, aunque curiosamente los perfiles sobre Sinatra y Alí están escritos a partir de su observación a cierta distancia y de conversaciones con su entorno. Un método que parece atentar contra el periodismo y que, paradójicamente, se convirtió en un brillante ejercicio periodístico. 

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