Ponencia presentada por Blai el pasado sábado día 20 de julio
Cuando hablamos de vida
extraterrestre, lo primero que pensamos es en hombrecillos verdes, en enanos
cabezones, o en monstruos destructivos, tipo Alien, que es lo que la literatura
y el cine han introducido en la mitología
moderna.
Pero, si queremos mirarlo
desde el punto de vista cientifico la vida extraterrestre es otra cosa.
Cuando hablamos de vida,
¿sabemos a qué nos referimos?
Las funciones más
elementales que se tienen que dar para que consideremos que hay un organismo
vivo, son la autorreplicación, el metabolismo y la separación física del medio.
A eso se les llama funciones
vitales. La célula sería el organismo vivo más simple, y un porcentaje muy
grande de los seres vivos que pueblan la Tierra son organismos unicelulares. La vida
consiste entonces en todos los procesos químicos que tienen lugar
para que estas funciones vitales se mantengan.
La comunidad científica
coincide actualmente en afirmar que las leyes de la física y de la química son
universales. Según la Astrobiología, (disciplina que se encarga de la búsqueda
de vida extraterrestre), esta universalidad podría hacerse extensiva también a
la biología.
Si las investigaciones
realizadas en el marco de la Astrobiología, arrojasen resultados positivos,
¿cómo sería la vida encontrada en otros planetas? , ¿Serían esas formas de vida
del mismo tipo que la terrícola? ¿Podría haber incluso vida inteligente en
otros rincones del cosmos? ¿Qué implicaciones tendría el hallazgo de vida
extraterrestre para las religiones?
Biogeocentrismo y
astrobiología
Desde hace mucho tiempo, el
ser humano ha soñado con la posibilidad de que haya seres vivos, e incluso
seres vivos inteligentes, fuera de nuestro planeta.
Lo que en la actualidad
parece ser nuevo es que tales expectativas ya no se reducen a la ciencia
ficción. En los ambientes científicos no hay ya sonrisas escépticas. La búsqueda
de vida extraterrestre es objetivo de investigación de una nueva ciencia, la
Astrobiología (o Exobiología), a la que se dedican numerosos científicos y que
cuenta con poderosos y sofisticados proyectos de investigación dedicados a
encontrar huellas de vida en algún lugar del universo.
Durante gran parte de la
historia del pensamiento, la humanidad ha sido geocéntrica: se pensaba que La
Tierra ocupaba el centro del Universo. Nicolás Copérnico desde el ámbito
geométrico y Galileo Galilei desde el ámbito de la mecánica destronaron este
dogma que parecía inconmovible. Y hoy no produce escándalo aceptar que
habitamos un lugar periférico de uno de los millones de sistemas estelares.
Pero la humanidad continúa
siendo geobiogeocéntrica, esta teoría defiende la hipótesis de que el fenómeno
de la vida es exclusivo de nuestro planeta y se ha generado evolutivamente a
partir de los elementos no vivos en un momento muy lejano de la actualidad.
En la actualidad se barajan,
dos tendencias de estudio, la creacionista, y la determinista. La diferencia
estaría en que mientras que los creacionistas atribuyen el origen de la vida a
Dios (incluso los que no han tenido más remedio que aceptar la evolución, a trabes
de su “Diseño inteligente”), los deterministas lo atribuyen a un dinamismo
natural inevitable, que explica que la naturaleza tiende por si misma a la
creación de vida.
Un grupo cada vez más
numeroso de científicos aboga por la hipótesis de que el fenómeno de la vida no
debe ser algo exclusivo de La Tierra. Hay millones de cuerpos planetarios que
pueden tener condiciones similares a las de La Tierra.
El profesor Ricardo Amils,
investiga desde hace años las aguas del río Tinto en Huelva, en el que existen
bacterias a pesar de las condiciones químicas adversas y que debían ser
similares a las de Marte hace millones de años.
La discusión entre las
tesis se vuelve a repetir a la hora de
referirse a la posibilidad de que haya en el universo no sólo vida, sino vida
inteligente.
Si aceptamos la teoría
determinista, de que la naturaleza tiende a crear vida como un impulso irrefrenable,
tenemos que aceptar que, siguiendo este planteamiento la aparición de vida
inteligente en algún momento, es solo cuestión de tiempo
Si en la estructura de la
materia hay una tendencia hacia la aparición de la vida, también habría, siendo
consecuente con lo anterior, una tendencia a generar tarde o temprano vida
inteligente similar a la humana.
Desde estas tesis es desde
las que se comprende la puesta en marcha del SETI (SETI es el acrónimo de
“Search for Extraterrestrial Intelligence), un conjunto de antenas repartidas
por todo el mundo que exploran el firmamento con la esperanza de captar
transmisiones de señales radioeléctricas provenientes de posible vida
inteligente, y estar dispuestos a interactuar con ella si se hace presente.
Con esta postura, es
evidente que la posibilidad de existencia de vida se da por hecho, aunque la
dificultad de entrar en contacto con ella es también evidente.
Si aceptamos que la
naturaleza tiene una tendencia innata que la lleva a la creación de vida, ¿como
se pudo iniciar esta? ¿Como se transforma la materia en vida?
Alexander Oparin en 1924,
enunció teóricamente lo que demostraron 30 años más tarde Miller y Urey, en lo
que se llama “Experimento de Miller”
En un matraz reprodujeron
las condiciones químicas y atmosféricas que la Tierra tenía hace unos 4.000
millones de años.
Primero, vertieron agua que
después calentaban y enfriaban hasta crear un ciclo como en la Tierra. Luego,
introdujeron los componentes de la atmósfera primitiva de nuestro planeta: dos
partes de metano, dos de amoniaco y una de hidrógeno molecular. Después,
provocaron descargas eléctricas que imitaban los rayos. Al cabo de una semana
vieron cómo aparecían unas sustancias nuevas de color parduzco.
Al analizarlas hallaron
moléculas más complejas, precursoras de las bases nitrogenadas y los ácidos
nucleicos: no se trataba de la vida, pero sí de los ladrillos de la vida. Este
experimento sirvió para demostrar que la química inorgánica simple puede
evolucionar hacia una química orgánica compleja.
Esto es importante, porque
demuestra que el universo evoluciona y tiende a hacerse más complejo
químicamente. Y a partir aquí puede aparecer la vida.
Y en algún punto de esa
evolución química, apareció en la Tierra ese primer microorganismo vivo al que
los científicos llaman “Luca”, el último ancestro común de todos los seres
vivos, a partir del cual arrancó toda la evolución.
El
catálogo cósmico de mundos habitables
El número de planetas y
satélites ajenos al Sistema Solar que los astrónomos han localizado en los
últimos 20 años ya supera los 500, sólo en las cercanías de nuestra galaxia, y
son diversos los criterios que los científicos proponen para determinar si
estos nuevos astros son susceptibles de albergar vida, similar o muy diferente
de la terrestre.
Ahora, un equipo de
investigadores (del que forman parte varias universidades estadounidenses, la NASA y el programa SETI de búsqueda de vida
inteligente) ha propuesto el primer sistema para clasificar estos nuevos
hallazgos, y los miles que previsiblemente habrá en los
próximos años. Su objetivo es tener un catálogo de exoplanetas habitables hacia
los que dirigir la mirada.
El debate sobre estos
criterios no es nuevo. Buena parte de la comunidad científica, principalmente
en el ámbito de la Biología, considera que el mejor modelo es la Tierra y que
encontrar condiciones similares a las terrestres es el criterio más adecuado
para buscar vida en otros mundos.
Pero hay otro grupo, que
consideran que ésta es una visión muy limitada. Consideran que lo importante es
responder a dos preguntas claves:
Una de ellas es si
condiciones como las de la Tierra se pueden encontrar en otros mundos, puesto
que ya sabemos que aquí han servido para la vida, pero la otra cuestión es si
las condiciones que hay en los exoplanetas también son susceptibles de albergar
otras formas de vida, las conozcamos o no.
De ambas respuestas surgen
los dos índices que proponen para hacer un 'ranking':
El ESI (Índice de Semejanza
a la Tierra, por sus siglas en inglés), que describe su densidad, la distancia
a su estrella o el tamaño.
El PHI (Índice Planetario de
Habitabilidad), que describiría la gran variedad de elementos químicos y
parámetros físicos que podrían haber permitido la vida (si es rocoso o tiene
atmósfera, por ejemplo), aunque fuera en condiciones más extremas de las que
existen en nuestro planeta.
Ambos índices los publican
en la revista 'Astrobiology' y aseguran que son fáciles y rápidos de calcular,
proporcionando un porcentaje que va de uno (que sería la Tierra) a cero, en
función de las características del planeta. Para ello, utilizan un modelo
matemático capaz de hacer proyecciones en las que se recogen todos los
parámetros.
Los
primeros del 'ranking'
Con el índice ESI, los
primeros de la lista fueron los exoplanetas Gliese 581g (con 0,89 puntos sobre
uno) y el Gliese 581d (con 0,74). Ambos orbitan la misma estrella.
Marte tendría 0,70 y
Mercurio tambien.
Sin embargo, cuando
aplicaron el índice PHI los resultados fueron algo distintos.
Pero dentro del Sistema
Solar, Titán (una luna de Saturno) tiene la puntuación más alta con 0.64,
seguido de Marte (0,59) y Europa (luna de Júpiter) con 0,47.
Evidentemente, este primer
intento de clasificación parte de lo conocido: "Como cuestión práctica, el
interés en exoplanetas va a centrarse inicialmente en la búsqueda de planeta lo
más parecidos a la Tierra".
Pero, si no somos capaces de
encontrar planetas lo suficientemente habitables, ¿Podría, la acción del
hombre, actuar en un planeta parecido a la tierra para modificar sus
características y hacerlas lo más parecidas posibles a la tierra?
Es decir: ¿podría el hombre
hacer habitable un planeta, que no lo es?
A eso se le llama
“Terraformación”
El primer científico en
proponer un caso de terraformación fue Carl Sagan en un artículo histórico
publicado en la revista “Science en 1961 con el título ·El planeta Venus”.
En dicho artículo, con los
conocimientos que se tenían de Venus en aquel tiempo, Carl Sagan propuso un
proceso de transformación basado en la idea de poblar las nubes altas de este
planeta con microorganismos genéticamente modificados que convirtieran el
dióxido de carbono (CO2), nitrógeno (N2) y agua de la atmósfera en moléculas
orgánicas.
Sin embargo, después de 1661
se descubrió que las nubes de Venus son, en realidad, una solución concentrada
de ácido sulfúrico y que la presión atmosférica en la superficie es unas noventa veces mayor que la de la Tierra, lo que hace que el
problema de terraformación sea mucho más complejo de lo que se pensaba. A pesar
de esto, el trabajo de Sagan no fue en vano pues la nueva línea de
investigación que abrió fue continuada por él mismo y por otros investigadores,
llegando a recibir la atención de la NASA, la cual realizó en 1967 su primer
coloquio sobre la materia. Si bien los estudios relativos a la terraformación
se han llevado a cabo desde entonces de forma un tanto marginal, todas las
investigaciones hasta la fecha apuntan a que ésta debería ser técnicamente
viable en un futuro no muy lejano.
En
concreto, Marte está en la mente de muchos como mejor candidato para
convertirse en el primer planeta en ser terraformado por varias razones, siendo
dos de ellas sustancialmente relevantes para el desarrollo de la vida tal y
como la conocemos.
La
primera tiene que ver con el agua. A día de hoy no solo se sabe que Marte tuvo
abundante agua líquida corriendo por su superficie en un pasado remoto, sino
que la sigue teniendo en la actualidad, si bien en estado sólido congelada bajo
tierra y en las capas polares, pero disponible en cualquier caso para su uso.
La
segunda razón deriva de su distancia al Sol, que es alrededor de 1.5 veces la
de la Tierra. A esta distancia, Marte recibe algo menos de la mitad de flujo
solar que recibe la Tierra por unidad de área, lo que aún constituye una
cantidad suficiente para se pueda dar la fotosíntesis.
Si
alguien esta interesado, podéis leer en este articulo como seria más o menos el proceso, que de llevarse a cabo, tardaría cientos de
años.
http://blogs.elpais.com/apuntes-cientificos-mit/2009/05/
Ahora
seria necesario analizar, cuales serian las consecuencias del éxito de las
investigaciones de los Exobiologos.
El
descubrimiento de vida, aunque fuera microbiana en un planeta ajeno a la tierra
¿cambiaria la percepción que tenemos de nosotros mismos?
¿Las
religiones y filosofías que basan su razón de ser en la existencia de un ser
superior, perderían sus argumentos, si se demuestra que es la propia naturaleza
la que lucha de forma continuada para crear vida?
A
partir de este punto, podríamos comenzar el debate.