Texto de la ponencia presentada por Paquita Campos el Sábado 3-Febrero-2018
EL MUNDO DE LAS GEISHAS
Prologo
Si viéramos al mundo oriental con los ojos del
mundo occidental diríamos que es una sociedad machista, pero es una sociedad
con miles de años de historia, aunque para nosotros sus tradiciones nos
parezcan arcaicas, de lo que vamos hablar esta tarde es sobre las Geishas (Geisha traducido al japonés, significa
persona de las artes) que se remontan a cientos de años. Sus comienzos fueron
como artistas del entretenimiento y prostitución la mayoría en sus inicios eran
hombres
Las geishas, tal y
como las conocemos hoy en día, son relativamente modernas, ya que los orígenes
que tenemos
de ellas datan entre 1500 y 1700.
Yo voy a exponer una breve historia de las vida de ellas espero que os
guste y podamos sacar conclusiones de su mundo.
Renuncian
a la familia. Al móvil. A salir. A lo que huela a occidental y a ser madres. Y
rezan por no crecer, al menos no más de 1,63 centímetros, ni rozar jamás los 50
kilos, de lo contrario no les entrarían los kimonos de talla única y, lo que es
peor, podrían ser más altas ellas que sus clientes. Así son las geishas (y las
maikos o aspirantes) Ellas han decidido
tomar este camino por su cuenta sin que sus padres las hayan vendido a un okiya
(escuela de formación) como les sucedió a tantas niñas antes de la Segunda
Guerra Mundial y aparentemente sin que nadie las haya obligado.
Son
Geishas por vocación. Más allá de todo el circo turístico que pueda haberse
montado en ciertas calles de Tokio y sobre todo de Kioto, que se nota a la leguas
sin ser un experto, todavía existen estas profesionales del entretenimiento.
Aseguran que por lo general solo aceptan clientes conocidos y los atienden en
la ochayas o casas de té en celebraciones o cenas de negocios, aunque cada vez
hacen más excepciones y se prestan a ofrecer un ozashiki o banquete tradicional con geishas y maikos a
nuevos interesados. ¿Precios? Depende. Pero su espectáculo de dos horas suele
rondar entre los 150.000 y los 250.000 yenes por persona, lo que viene a ser de
150 a 250 euros.
Todo
queda muy lejos de los grandes tiempos. De esas 80.000 geishas (entre formadas
y aspirantes) que tuvo Japón en la época dorada de los hanamachi que coincidió
con la Primera Guerra Mundial, cuando la economía japonesa prosperó generando
una fuerte demanda de entretenimiento y el número de maikos y geishas sobrepasó
todos los récords anteriores. Lo de hoy tampoco tiene comparación con los años
de recuperación que Kioto protagonizó tras el terremoto que en 1923 destruyó el
60% de sus edificios. La ciudad se rehízo, y el próspero negocio de las
geishas, también. Nada que ver con todo eso. La situación ahora es radicalmente
distinta. En la actualidad no llegan al millar las mujeres adscritas al
sindicato que vela por sus intereses y por evitar, por ejemplo, la entrada de
geishas blancas. Las geishas y las aprendizas de Gion (uno de los distritos más
poderosos de Kioto) aún recuerdan que hace ahora seis años la australiana Fiona
Graham (la primera occidental que se integró en este mundo) fue vetada a ejercer
el oficio. Este es un universo reservado a las japonesas que saben moverse con
pasos cortos y una delicadeza insólita, que no se quejan, menos en público, y
que jamás muestran el menor signo de aburrimiento o cansancio. Mejor aún si son
de Kioto, cuyo acento vale para los versos y las canciones que aprenden de
memoria.
Las geishas en la actualidad
Las
Geishas de hoy siguen asumiendo sin rechistar las viejas leyes de su oficio.
¿Machistas? Ellas dicen que no; de hecho, ni entienden demasiado a qué puede
referirse este concepto no habitual en su vocabulario. Saben que está prohibido tener un vínculo
afectivo oficial, pero que sin embargo, es perfecto conseguir un danna o
cliente habitual para formar con él una relación sin ataduras. Eso las puede
hacer muy ricas. La gran diferencia de las geishas de ahora a sus okasan (o “madre” de la okiya) es que
ahora son un poco más altas (el límite hasta hace nada era 1.60 y 43 kilos) y
que tardan tres años más en debutar. En la actualidad suelen comenzar su
formación entre los 15 y los 17 años, mientras que antes se iniciaban entre los
12 los 14 años.
A cambio de manutención, alojamiento y los
kimonos y adornos (cuesta alrededor de 50.000 yenes cada kimono, y necesitan al
menos 40 cada una), las niñas que consiguen entrar en este mundo renuncian por
completo al suyo. Es una condición
indispensable para convertirse en las artistas cultivadas que por la mañana se
levantan a las 9 para estudiar y se acuestan a diario a las 3 o más tarde de la
madrugada tras atender a sus clientes. ¿Prostitutas? Para nada, dice Momo
(aprendiza) “los clientes ni nos tocan”.
Ella es
la única de las cinco aprendizas que
habla inglés con fluidez en su okiya de
Gion. Nos cuenta que decidió ser geisha tarde, a los 15 años, al cruzarse con
una bellísima okaasan. Desde
entonces sólo ve a sus padres tres veces al año y pasa las mañanas aprendiendo
a tocar el taiko (tambor), la flauta de bambú (shakuhachi) o el shamisen.
Además, ella y su hermana Satomi (una chica de Tokio que concertó su entrevista
con su okiya por internet tras descubrir
este mundo durante una visita al colegio) explican que también pasan horas y
horas con sus mayores para instruirse en la charla (dominan la política y las
matemáticas) y la ceremonia del té. Luego, por la tarde, se visten en una
ceremonia que dura más de dos horas, con una enagua la camisola y el kimono que
atan el datejime… Y se peinan y se maquillan en otro proceso igual de agotador.
“Es muy
largo y costoso ser geisha”, dice Momo con una gran sonrisa (nuestra aprendiza)
y una gran facilidad para bromear con todo. Explica que primero fue shicomi (sirvienta) y se familiarizó
con el kyo con que hablan las geishas. Tras aprobar el examen de ingreso y el
ritual llamado sansakudo (para
emparentarse con su hermana mayor), pasó a ser maiko principiante o minarai (las que aprenden observando) y solo cuando debutó celebró el misedashi y
pudo entregar su tarjeta de contacto (sashigami). Ascendió así a una segunda
categoría y comenzó a ganar dinero. Pero igual que cuando era minariai, sólo
llevaba el labio inferior pintado de rojo y seguía con kimonos coloridos. Tardó
un año en poder rebajar los ornamentos de su kimono y su pelo y poder pintarse
el labio superior tan rojo como el inferior, y por fin “escoger entre las okobo o sandalias altas o las zori, con menos plataforma”. Ahora dice
que tiene 22 años y que está a un mes de
finalizar su aprendizaje. ¡Será una geiko!
(así se llaman las geishas en el dialecto de Kioto) y en nada de tiempo
podrá tener su propio móvil. Manejará sus cuentas y sus clientes y jura que no
se casará nunca. Hacerlo sería renunciar a ser geisha, y es la vida que ha
escogido para siempre.
Japón es un país orgulloso de su mezcla de tradición y
modernidad, pero la presión occidental está haciendo mella en la sociedad.
¿Desaparecerán las geishas? ¿O simplemente se adaptarán a los nuevos tiempos y
cambiarán su estilo, como ya hicieron en el pasado? La respuesta a estas preguntas
se esconde en el futuro. No podemos hacer más que esperar y ver.
Los trabajos de las geishas
Tarjetas de contacto:
Las aprendizas debutan con la celebración del misedashi, que
consiste en repartir por todo su barrio o hanamachi su tarjeta de contacto, o
sashigami.
Ceremonia del Té:
Es una de las artes tradicionales japonesas que las geishas
deben dominar por completo.
Farolillos rojos:
Los hanamachi o barrios de las geishas
están salpicados de farolillos rojos de papel a la entrada de las casas de Té.
Aprendizas:
Las maiko o aprendizas de geisha, renuncian a su familia y a
casarse.
Toda una vida:
La profesión puede durar tanto como una quiera. Sólo deben
respetar las normas de esta cerrada comunidad.