sábado, 23 de diciembre de 2017

MUJERES EN LA SOMBRA

Texto de la ponencia presentada por Paquita Campos el Sábado 21 de Octubre.
MUJERES EN LA SOMBRA



En la historia las mujeres casi siempre han estado a la sombra de los hombres a pesar de que muchas veces ellas han sido las inventoras, las escritoras y las músicas etc…


En esta ponencia he buscado varias historias de mujeres que han estado en la sombra, a veces por no quitar el mérito al marido otra simplemente por su condición de mujer.



Marie Curie (Cientifica)
Considerada la madre de la física moderna, fue la primera mujer en ganar el Nobel.

A menudo se la define como <la madre de la física moderna>, y es cierto que lo largo de su vida Marie Curie alumbró muchas cosas. Fue la primera mujer en ganar un Premio Nobel, la primera de las cuatro únicas personas que han obtenido el premio dos veces, y la primera de las únicas que lo han ganado en dos campos distintos- en su caso, química y física-; fue Curie quien acuñó el término radiactividad. Así mismo, descubrió dos elementos químicos –polonio y radio-, y se convirtió en la primera mujer docente en la Sorbona.

Albert Einstein dijo de ella que había soportado <<las dificultades más extremas imaginables, nunca antes vistas en la historia de la ciencia>>

Era una mujer que luchaba por ser aceptada en la comunidad científica de París de finales del siglo XIX, un entorno en el que las mujeres no eran bienvenidas.

Actualmente no hay duda respecto a los revolucionarios avances que Curie impulsó para atender la naturaleza y el funcionamiento de la radiación, que con el tiempo darían pie a tratamientos para combatir el cáncer y al desarrollo de la energía atómica. Sin embargo durante muchos años se la considero una mera comparsa de su marido, el físico francés Pierre Curie.

Cuando la pareja recogió el Nobel  en 1903, que compartieron con Henri Becquerrel, a la hora de entregárselo el presidente de la Academia Sueca citó la Biblia: <<No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea para él>>

Y cuando en 1906 ella ingreso en la Sorbona ocupando la plaza de su marido, fallecido en 1906 tras ser atropellado por un carro de caballos, tuvo que enfrentarse a la resistencia no solo de las comunidades científica y académica sino de la opinión  pública.

Para ella, esas luchas contra el poder establecido eran una extensión de las que vivió en su infancia.

Había nacido el 7 de noviembre de 1867, en una familia perteneciente a la intelligentsia polaca que luchaba contra el yugo de la Rusia zarista. De niña vio a personas muy cercanas ser deportadas a Siberia, y al principio de su adultez ella misma se arriesgó a correr la misma suerte mientras enseñaba a los niños campesinos a leer polaco, por entonces lengua prohibida.

Es cierto, en todo caso, que a pesar de su resistencia, Currie no llegó a cambiar las actitudes sexistas imperantes en su época, pero tampoco lo pretendió; la política nunca le interesó. Vivía consumida por su trabajo, y murió consumida por él: décadas de exposición a materiales radiactivos la sumieron en la enfermedad crónica y en última instancia causaron su muerte en 1934, a los 67 años, a causa de una anemia aplásica.



Concha Espina (Novelista, dramaturga, poeta y periodista)
Concha Espina (Santander) 1869-Madrid, 1955)

Fue mucho más que una poeta, dramaturga, periodista y novelista compulsiva. Fue también y ya se borró del recuerdo colectivo, la escritora española que estuvo más cerca del Nobel. En 1926 perdió frente a la italiana Grazia Deledda.
Se casó muy joven y vivió algún tiempo en Chile, donde fue corresponsal de El Correo Español de Buenos Aires. De vuelta a España, publicó una breve colección de versos infantiles con el título de Mis flores (1904), prologada por Menéndez Pelayo.

Aunque inició su trayectoria literaria con artículos periodísticos, cuentos y poemas, obtuvo su primer éxito con la novela La niña de Luzmela (1909), donde trataba de analizar la psicología femenina. La esfinge maragata (1914), en la que narra la vida desgraciada de una mujer que se casa en contra de su voluntad, y El metal de los muertos (1920), descripción realista de una huelga en las minas de Riotinto, fueron sus obras más logradas.

Autora prolífica, permaneció ajena a las innovaciones estilísticas y las preocupaciones ideológicas de su tiempo. En varias de sus novelas reflejó el mundo rural asturiano, pero sin cuestionarse los valores tradicionales. Sus paisajes y tipos, arrancados de su tierra natal, diríanse una renovación de Pereda. El estilo es rico y pintoresco, rozando a veces el cromo; en otras ocasiones alcanza una admirable perfección expresiva. La rosa de los vientos (1916), El cáliz rojo (1923) y El más fuerte (1947) figuran también entre sus principales obras.



Milena Jesenska (Activista y periodista)
Milena Jesenská debía de tener una personalidad impactante. Así lo constata Margarete Buber-Neumann, quien en 1940 se dejó seducir por ella y se convirtió en su amiga en el epicentro del infierno, cuando ambas estaban encerradas en el campo de concentración de Ravensbruck. Jesenská, periodista, traductora y destinataria de las más intensas cartas de amor que jamás escribió Franz Kafka, murió allí en 1944 Buber- Neumann sobrevivió y recordó la fantasía compartida, que se convirtió en una promesa, de que ambas escribirían un libro sobre la vida en los campos nazis y soviéticos (porque Buber-Neumann había conocido ambos). El recuerdo de la amiga se hizo tan potente que cristalizó en una trayectoria de historiadora de los totalitarismos y en 1970 publico Milena, una obra ya clásica que Tusquest llevo a las librerías a finales de la década de los 80 y que ahora acaba de reeditar.

Milena, el libro, recupera la existencia de una mujer que ha pasado a la historia como amante de Kafka, pero esta relación que apenas duró un par de años en su vida, unos pocos encuentros fallidos y gran número de cartas, solo ocupa unos pocos capítulos en la biografía. Su retrato tiene el valor de quien decidió vivir una vida nada convencional, una mujer infatigable aún en las peores circunstancias, marcadas por la adicción a la morfina, la vindicación feminista, el desencanto frente a la Unión Soviética y su lucha final contra el nazismo, Kafka, que se sintió bastante intimidado por su inagotable vitalidad y precisamente por ello decidió romper la relación, la definió como “fuego vivo”. Demasiado para él. “Sin embargo es, al mismo tiempo, dulce animosa, inteligente y volcada totalmente al sacrificio, o, si se prefiere, lo consigue todo a través del sacrificio…”, escribió.
ROMPIENDO CADENAS
Milena Jesenská no fue una joven convencional. Nacida en Praga en 1896 en la mayoría bohemia y más ilustrada del país, su padre, un tiránico odontólogo antisemita y nacionalista, intentó doblegar el decidido carácter de su hija con escaso éxito. Llegó incluso a encerrarla en un psiquiátrico por “demencia moral” cuando se enamoró de su primer marido, Ernst Pollack, un conocido asesor de artistas que se movía como ella en los círculos intelectuales de los cafés de Praga y de Viena. El matrimonio no funcionó. Él tuvo una larga procesión de amantes e incluso obligó a Jesenká a convivir con ellas en la misma casa, apelando para ello a la libertad sexual.

Fue en medio de esa insatisfacción, unidad a una miseria en la que Milena se vio obligada a trabajar cargando maletas en una estación o limpiando casas, cuando conoció a Kafka. Ella se lanzó a esa relación en tromba, después de haberse convertido en su traductora al checo. De hecho, la aparición de El fogonero, el primer capítulo de lo que luego se convirtió en la novela Amerika, fue la primera traducción de Kafka a cualquier otra lengua.

Aunque eran muy distintos, además del amor por la literatura, compartían una relación conflictiva con el padre. Kafka, de hecho, le confió su célebre e inédita Carta al padre, el más íntimo secreto de sus textos, demostrando que el vínculo intelectual –a diferencia de otras historias sentimentales que había tenido el autor- era muy profundo. Sin embargo, la desenvuelta Milena le pidió amor físico, y el escritor enfermo y terriblemente asustado frente al sexo, a pesar de demostrarle mucho amor en sus misivas, se replegó en su soledad. A su muerte, ella escribió una certera necrológica, un perfecto análisis a pie de obra del torturado carácter de un autor entonces todavía por descubrir. “¿Por qué siempre me enamoro de hombres más débiles que yo?”, le preguntó a una amiga.
ENSEÑANZAS Y DOLOR
Adquirió fama como periodista, se vinculó a la vanguardia artística y literaria y especialmente a la Bauhaus, (era una escuela de artesanía, diseño, arte y arquitectura. Cerrada por las autoridades prusianas en manos del Partido Nazi) a la que pertenecía su nuevo marido, el arquitecto Jaromír  Krejcár. Pese a sufrir graves problemas de salud tras el complicado parto de su única hija en 1928, cuyas dolorosas secuelas la convirtieron en morfinómana como efecto colateral. Eso no le impidió iniciar una intensa actividad política con su afiliación al partido comunista. Poco a poco, el idealismo chocó con la realidad, especialmente en los cinco años que paso con Krejcár en la URSS y que la convirtieron en una antiestalinista declarada. El precio fue situarse en tierra de nadie, sospechosa de sus antiguos amigos, porque la mayor parte de los intelectuales checos cerraban los ojos frente a la política soviética.

Antes de ser detenida por la Gestapo, multiplico su labor en la resistencia. De hecho, fue una de las primeras en ponerse en acción poniendo a salvo a sus amigos judíos. En el campo de concentración, Milena mostró una salud muy debilitada, pero su resolución se impuso y decidió que nada le haría daño pese a contar con el rechazo de las comunistas del lager. (Campo de concentración Nazi)

Buber-Neumann relata cómo murió entre sus brazos el 15 de mayo de 1944. Cuando esta recuperó la libertad, apenas unos meses después, se mantuvo fiel a la convicción de su amiga: “Sé que al menos tú no me olvidaras, que podré seguir viviendo en ti”.




                   Clara Campoamor

                                     (Madrid 1888 – Laussanne 1972 )


Nace en el barrio madrileño de Maravillas el doce de febrero de 1888, en una familia de origen humilde. Su madre era modista y su padre, contable de un periódico. A la muerte de éste, se ve obligada a interrumpir sus estudios y ponerse a trabajar y lo hace en el cuerpo de Correos y Telégrafos en 1909.

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En 1914 y tras sacar el número uno de su oposición, se convierte en profesora de adultas en el Ministerio de Instrucción Pública. Sin embargo, al no tener el bachiller sólo puede impartir clases de taquigrafía y mecanografía por lo que decide seguir estudiando a la vez que lo compagina con sus trabajos de mecanógrafa en el Ministerio y de secretaria en el periódico “La Tribuna” respectivamente.

En 1923 participa en un ciclo sobre Feminismo organizado por la Juventud Universitaria Femenina donde comienza a desarrollar su ideario sobre el derecho a la igualdad de las mujeres.

En 1924 y a la edad de treinta y seis años se licencia en Derecho lo que le permite defender dos casos de divorcio muy célebres en aquella época, el de la escritora Concha Espina, de su marido Ramón de la Serna y Cueto, y el de Josefina Blanco, de Valle-Inclán.

Fue también la primera mujer que intervino ante el Tribunal Supremo y que desarrolló trabajos de jurisprudencia sobre cuestiones relativas a los derechos de la situación jurídica de las mujeres en nuestro país.

En 1928 crea junto a compañeras de otros paises europeos la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, que todavía existe con sede en París y trabaja junto a Victoria Kent y Matilde Huici en el Tribunal de Menores.

En 1930 contribuye a fundar la Liga Femenina Española por la Paz.
Con Azaña forma parte de la junta directiva del Ateneo de Madrid y se declara republicana. A la pregunta de un periódico "¿Monarquía o República?, responde ¡República, República siempre!. Me parece la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos. Y en muchos casos la más adecuada a la situación de un país específicamente considerado, verbigracia, España".

Fue delegada de España en la Sociedad de Naciones.

En los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, colabora en el diario “La Libertad” donde en una sección propia titulada “Mujeres de hoy” presenta y analiza la vida de mujeres.

Tras la dictadura, entra a formar parte del Partido Radical y se presenta a las elecciones de 1931 para las Cortes Constituyentes de la Segunda República, obteniendo un escaño como diputada por Madrid.

Participa en la comisión encargada de redactar la Carta Magna republicana, siendo la primera mujer que habla en las Cortes Españolas. Estamos en septiembre de 1931.

Desde su tribuna ejercerá una enardecida defensa del sufragio femenino en España, con la oposición de sus propios compañeros de partido y de otra diputada socialista, Victoria Kent, convertida en la portavoz del “no”.

Victoria Kent se opone al derecho electoral de las mujeres, argumentando que éstas influidas por la Iglesia, votarán conservador. La derecha, contraria a la emancipación de las mujeres, apoya, sin embargo, a Clara Campoamor por los motivos que esgrime Victoria Kent, pensando que los votos de éstas les serán favorables a su formación.

Clara Campoamor se mantiene fiel a sus principios y defiende el derecho de las mujeres a ser consideradas ciudadanas por encima del sentido de su voto.
Al final, y con una apretada victoria impone sus tesis y entra en la Historia como la principal artífice de la inclusión del voto femenino en España, recogido en la Constitución de 1931, que en su artículo 36 dispone que “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”.
En las elecciones de 1934, la CEDA se proclama vencedora y toda la izquierda culpa de su derrota a Clara Campoamor. Es su muerte política.

Sin embargo, en 1936, las urnas darán la mayoría a la izquierda.

En diciembre de 1933 es nombrada Directora General de Beneficencia, cargo del que dimite al año siguiente por discrepancias con el ministro.

Por esas fechas tiene lugar la rebelión de Asturias y Clara marcha a Oviedo con el fin de socorrer a los hijos de los mineros muertos o encarcelados.
La dura represión junto con la falta de interés que muestra el Partido Radical por todas las cuestiones referentes a la situación de desigualdad de las mujeres, la lleva a salir del mismo.

Intenta organizar un partido independiente que defienda los derechos de las mismas pero se le niega la entrada en el Partido de Izquierda Republicana.

En 1936, tras el golpe militar del general Franco contra la República Española, Clara Campoamor se exilia a Francia, Argentina y a Laussanne donde fallece en 1972 sin haber tenido la oportunidad, ante las condiciones impuestas por parte del gobierno franquista, de regresar a España como era su deseo.

Concha Fagoaga y Paloma Saavedra, en su reedición de El voto femenino y yo, en 1981, citan una carta de Clara Campoamor en 1959 a Martín Telo:
 «Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que hice yo: el voto femenino».


Discurso de Clara Campoamor ante las Cortes el 1 de octubre de 1931, donde quedaría aprobado el voto femenino en España. 

Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los suyos.

Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres?

¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?

Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis –fijaos bien– afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo.

No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto –que en España existe– no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del principio –cosa dolorosa para un abogado–, como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.

Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.

Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la mujer.

A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.

Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.

Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino.

No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.

Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.

Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.