Ponencia presentada por Teresa Campos el pasado sábado día 8 de junio
Grandes
genios que han sido malos estudiantes
Triunfar
en el colegio de niños no es garantía de éxito profesional de adultos. Pero ser
un mal estudiante tampoco es una condena de por vida. Más de un genio
consagrado fue un auténtico desastre en la escuela.
Sin entrar en debate de por qué y con qué derecho
los mediocres obtuvieron el poder para limitar y tiranizar la capacidad y el
talento que cada persona tiene; por qué sólo deciden unos pocos qué es
inteligencia y qué se debe aprender, qué es lo que está bien, lo que está mal;
qué deben estudiar los niños en la escuela, que serán nuestro futuro si hay
alguno, queremos lanzar un mensaje de esperanza: la verdadera genialidad
siempre acaba por salir a flote.
El veredicto de un profesor suena inapelable
acerca de un alumno:“Su rendimiento, sus resultados,
son insatisfactorios. No asimila bien. Las notas donde apunta sus experimentos
están rasgadas y confusas. A menudo se encuentra perdido, porque no escucha.
Insiste en hacer las cosas a su manera. Me ha llegado la noticia de que quiere
ser científico. En las circunstancias actuales, me parece algo ridículo. Si no
puede ni siquiera aprender las bases de la biología, no tiene posibilidades de
desempeñar el trabajo de un especialista. Sería una pura pérdida de tiempo no
sólo para él, sino también para los que deberán enseñarle”.
El alumno en cuestión es John Gurdon. Medio siglo
después de este juicio demoledor, en el 2012, a sus 64 primaveras, Gurdon se ha tomado
su revancha al ganar el premio
Nobel de Medicina. Sus pobres resultados en la Eton School, donde los
académicos todavía se acuerdan de que sacó en una prueba una miserable
puntuación de 2 sobre 50, no le impidieron llegar a lo más alto en su carrera
profesional.
Genios que en el colegio fueron malos estudiantes: es
más común de lo que se piensa y abarca todas las disciplinas. Por ejemplo, el
profesor de Albert Einstein
escribió: “Este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Lo más notable de su
niñez fue sin lugar a dudas, el lento aprendizaje del lenguaje. A la edad de nueve años, todavía, su
lenguaje no era fluido, Sus padres temían que pudiera tratarse
de algún grado de incapacidad y se ha dicho, que en su infancia, podría haber
sufrido dislexia. Tampoco es que fuera un desastre (se ha exagerado mucho este
aspecto), pero es cierto que sus maestros encontraban al joven Einstein lento y
se quejaban de que reflexionaba demasiado antes de contestar a una pregunta. No
conseguía aprender nada de memoria.
No entendía las reglas y las órdenes. Rechazaba practicar deporte y esto lo
llevó a aislarse.
A los 16 años fue rechazado en una primera prueba de acceso a
la Escuela
Politécnica de Zurich por sus malos resultados en letras. Pese a ser
excelente en matemáticas y física, era flojo en francés (se acababa de mudar a
Suiza y no conocía el país), geografía y dibujo. Años después, el padre de la
teoría de la relatividad dejó para la posteridad una de sus célebres frases
sobre el tema: “La educación
es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela”.
Otro físico de renombre, el estudioso de los
agujeros negros Stephen
Hawking, recuerda sus años de la universidad como un periodo de
“aburrimiento y con la sensación de que no mereciera la pena esforzarse”. Hawking
estudiaba menos de una hora al día. Confesó haber aprendido a leer sólo a la
edad de ocho años. Aunque claro, su inteligencia estaba fuera de discusión. Su
tutor de física, Robert Berman, contó posteriormente en The New York Times
Magazine: “Sólo le bastaba saber que se podía hacer algo. Y él era capaz de
hacerlo sin mirar cómo los demás lo hacían. Por supuesto, su mente era completamente
diferente de las de sus coetáneos”. Su enfermedad, relacionada con la
esclerosis lateral amiotrófica que le golpeó a los 21 años, le despertó: “Sólo
entonces entendí que moriría pronto y que había que activarse”, declaró
Hawking.
Estos casos tuvieron un final feliz. Pero hubo en
la historia otro matemático que no tuvo la misma suerte. Évariste Galois,
considerado el padre de la álgebra
moderna, fue rechazado dos veces por la École Polytechnique
de París por su manifiesta incapacidad de superar los exámenes de acceso y por
su sistemática rebelión a las reglas y al sistema. Murió en un duelo a los 20
años.
Tener un hijo con grandes capacidades pero poco
apto para las aulas puede llegar a convertirse en una pesadilla para los
padres. Charles Darwin
era, según sus maestros, “un chico que se encuentra por debajo de los
estándares comunes de la
inteligencia. Es una desgracia para su familia”. Al parecer,
su padre compartía el diagnóstico. Consideraba que era vago y soñador: “Mi hijo
no piensa en otra cosa que en la caza y en los perros”.
Otro padre con quebraderos de cabeza fue el de Winston Churchill. Tuvo que
admitir: “El trabajo escolar de mi hijo es un insulto a la inteligencia” (años
después el canciller británico afirmó: “Siempre me ha encantado aprender. Lo
que no me gusta es que me enseñen”). Según su maestro de primaria, “Winston es
un elemento que molesta constantemente, siempre está a punto de meterse en líos”. Durante su
concurrencia a este colegio, el doctor Welldon, su director, propiciaba a
Winston Churchill más azotes que a cualquier alumno. A pesar de todo, el
peor castigo que podía recibir Winston era “mandarlo al rincón”. Churchill
recogió muchos fracasos en su época de escolar.
Odiaba particularmente al latín y al francés. El
Director del mencionado colegio, decía de él que era: “descuidado, olvidadizo,
manirroto, obstinado, nada puntual y deliberadamente díscolo”. No pudo pasar de
segundo de bachillerato. En el colegio Harrow
se negaba a aprender griego y todo lo que no le interesara. Siempre tuvo
una manera muy característica de hablar y de joven lo hacía tartamudeando y
ceceando, por lo que siempre obtenía malas notas en oratoria.
Siendo Churchill Ministro de Hacienda confesaba su
incapacidad para descifrar el significado de los decimales. Reconoció que nunca
entendió la jerga de Hacienda y consideraba que los economistas hablaban chino.
Thomas Alva Edison
recibió educación en su casa por su propia madre, ya que ésta era maestra, pues
a los siete años había sido expulsado de la escuela por «retrasado». Desde
pequeño su interés fue relativo a los campos de la física y la química.
Era “un chico confuso, inestable y embrollón”,
según su profesor. Fue su madre quien logró estimular la inteligencia del joven
Edison, que era reacio a la monotonía de la escuela. El fenómeno
se produjo tras la lectura de un libro que ella le proporcionó titulado Escuela de Filosofía Natural,
de Richard Green Parker; tal fue su embeleso que quiso realizar por sí mismo
todos los experimentos y comprobar todas las teorías que contenía. Su
madre lo ayudó a instalar en el sótano de su casa un pequeño laboratorio
con el convencimiento de que iba a ser inventor. El inventor de la bombilla incandescente empezó a
vender dulces y periódicos en los trenes y así desarrolló, con los años, su
genio creativo. “El talento está compuesto por un 1% de inspiración y un
99% de transpiración”
(Respuesta habitual de Edison a los halagos por su talento)
La figura del genio
matemático superdotado pero incomprendido
es un clásico de la mitología popular. Pero esta divergencia entre rendimiento
escolar y éxito profesional se ha manifestado también en otras ramas, como las
artísticas. Por ejemplo, Giuseppe
Verdi no fue admitido en la Escuela Superior
de Música de Milán, el Conservatorio. La razón: haber superado los límites de
edad y... ¡ adoptar una postura incorrecta de las manos sobre el piano !
En la pintura,
más de lo mismo. Picasso
(mientras que los otros alumnos seguían la clase del maestro, él dibujaba
incansablemente palomas y corridas en sus cuadernos).Una de sus frases en lo
que respecta a su infancia dice: "A diferencia de la
música, no hay niños prodigios en la pintura. Lo que la gente percibe como genio
prematuro es el genio de la
infancia. No desaparece gradualmente a medida que envejece.
Es posible que ese niño se convierta en un verdadero pintor un día, quizás
incluso un gran pintor. Pero tendría que empezar desde el principio. Por lo
tanto, por lo que a mí respecta, yo no era un genio. Mis primeros dibujos nunca
se han mostrado en una exposición de dibujos infantiles.
Me faltaba la torpeza
de un niño, su ingenuidad. He hecho dibujos académicos a la edad de siete años,
con una precisión de la que me asusto”.
Debussy
(faltas de ortografía recurrentes) y Leonardo
emprendía investigaciones en dominios diferentes y, una vez comenzadas, las
abandonaba. Por no hablar del arte de escribir: Marguerite Yourcenar, poetisa, dramaturga y
traductora francesa, nunca pasó por la escuela y Balzac fue un auténtico
desastre: indisciplinado, distraído…
¿Son cosas del pasado? En realidad, la divergencia
entre las pobres notas sacadas en la etapa del colegio y la posterior y exitosa
carrera sigue produciéndose hoy en día. Incluso dos genios de la sociedad
moderna, como Craig Venter,
el padre del genoma humano, o Larry
Ellison, el fundador de Oracle, también dejaron un mal recuerdo
en su paso por las aulas. El primero estaba más interesado en la vela y el
windsurf. Sus notas eran muy insuficientes. El segundo era un estudiante poco
atento. Dejó la universidad
ya al segundo año, también debido a problemas familiares. Ahora es considerado
el quinto hombre más rico del planeta.
¿Y Bill
Gates? ¡Al fundador de Microsoft tuvieron que pagarle para
estudiar! “Para estimularnos, mis padres nos daban a mi hermana y a mí 25
dólares por cada sobresaliente que sacábamos. Mi hermana cobraba más porque
siempre fui mal estudiante”, cuentan en su biografía.
¿Cómo es posible que los centros de enseñanza y los profesores no supieron
darse cuenta de que tenían delante a genios? Paul Arden, publicista autor del
libro “Usted puede ser lo bueno
que quiera ser”, escribe que el criterio de enseñanza no puede en
ningún caso ser un criterio fiable: “En la escuela se aprende sólo el pasado,
los hechos conocidos. Cuanto más hechos se recuerdan, mejores son las notas.
Los que fracasan en la escuela no están interesados en el pasado, tal vez porque
piensan en clave de futuro.
O simplemente no tienen buena memoria. Pero esto no significa que no puedan
tener éxito”.
“Siempre hay que recordar que los grandes números dicen todo lo contrario: a la
gente a la que le ha ido bien en la escuela, le fue bien en la vida. Pero es cierto
que hay niños que pueden chocar fácilmente con sistemas rígidos y torpes”,
reconoce Mariano Enguita, autor de un estudio de la Obra Social de La
Caixa.
Dicen los psicólogos que estamos predispuestos,
por la naturaleza, a recuperar nuestra autoestima
después de un fracaso. Y, a veces, para ciertas personas es más fácil
conseguirlo siguiendo caminos alternativos al estudio, tal vez porque los creativos, por definición,
se rebelan a las reglas. Según Alicia López, fundadora y directora del Centro
de Psicología López de Fez, en Valencia. “Es muy posible que la rigidez del
sistema educativo les haya impulsado a estimular su creatividad ante la
necesidad de encontrar su propio camino, un camino en el que poder dar rienda
suelta a su talento”. Así que siempre hay esperanzas.
En todo caso, parece evidente que los profesores, en muchos
casos, no supieron detectar o entender las potencialidades de estos alumnos geniales. El
escritor francés Daniel Pennac fue durante años un maestro y contó sus
experiencias en su libro “Mal de escuela”. Él cree que los que enseñan
deberían, antes que nada, mantener la mente abierta y abandonar los prejuicios. Porque incluso
la persona que aparentemente es un mal estudiante puede esconder grandes
virtudes y capacidades.
“Todo el tiempo que trabajé como profesor de alumnos de bachillerato, nunca me
topé con ningún muchacho idiota. Los hay más vivos, más atrevidos, más rápidos,
sí. Pero no hay que olvidar que la escuela es el lugar donde se entrechocan el
conocimiento y la
ignorancia. Enseñar siempre es algo violento”.
“Todas las personas tienen una dosis de talento,
pero no todas tienen fuerza de voluntad
y ganas de trabajar para desarrollarlo, aún siendo motivadas. Las personas con
talento pueden ser también personas perezosas”, matiza Alicia López. De ahí la
pregunta clave: ¿ir al colegio puede ayudar a vencer esta pereza o, en cambio,
estos ejemplos demuestran que, por muy buena intención que se ponga, estamos
ante una batalla perdida? Mariano Enguita reconoce que, a diferencia del
pasado, “ahora con las redes sociales todo el mundo tiene oportunidades para formarse
incluso fuera de las aulas. Hay muchas herramientas disponibles. Y sí, digamos
que sí, hay personas que aparentemente no necesitan la escuela”. Piergiorgio
Odifreddi, matemático, divulgador y autor de varios libros, también cree que en
ciertas circunstancias las aulas
no sirven o, en todo caso, sirven poco. “La escuela siempre es necesaria, salvo
en los casos en los que hace más daño que otra cosa. Sus puertas deben
permanecer abiertas a todos, salvo a los que están en grado de desarrollar un
pensamiento independiente y de mirar al mundo con una mirada poco convencional.
Intentar atar una persona con estas características en el esquema del saber
común puede frustrarle, y cortarle las alas al impedirle desarrollar sus
potencialidades”.
Sin embargo, la escuela todavía puede desempeñar un papel
esencial, también para los que tengan a un genio escondido en la lámpara.
“Incluso las personas creativas necesitan una cierta disciplina. Debe ser una disciplina sobre todo
interna, pero que puede también imponerse desde lo externo. En este sentido, la
escuela puede enseñar a tener capacidad de autocontrol y de trabajo que serán
útiles para desarrollar el propio talento”, subraya Enguita, que, en todo caso,
recuerda que sentarse en un banco en un aula no tiene por qué ser incompatible
con cultivar la propia genialidad. “No hay que olvidar que el año escolar, por
lo menos en España, es de 175 días al año. Los que, por alguna razón, no se
encuentran cómodos o a gusto en el colegio, disponen de mucho tiempo para
desarrollar intereses, pasiones y el talento que uno posee. ¡Más de la mitad de
las horas del año, son suyas! No es por acudir a la escuela que una persona con
capacidades o talentos
especiales va a acabar apretado de la yugular. Por todo eso, es absurdo pensar que si
te va mal en la escuela necesariamente te vas a convertir en nada en la vida”.
Así que genios
y maestros pueden convivir
de una manera provechosa si cada uno pone algo de su parte. Por un lado, los
estudiantes pueden aprovechar el marco que ofrece el programa de la enseñanza
para no desperdiciar y dispersar sus dotes. Pero ¿qué tiene que hacer la
escuela para mejorar? “Lo deseable sería adaptar los criterios de enseñanza al
estudiante. La práctica demuestra que en grupos reducidos de alumnos, con
atención individualizada, estos aprenden más y están más motivados. Esto
requiere recursos y profesionales motivados y formados en altas capacidades. El
sistema escolar debería contemplar, además de la adquisición de conocimientos
académicos, la educación emocional de los alumnos y el desarrollo de sus
habilidades sociales (enseñándoles a ser asertivos) para fortalecer su voluntad
e introducir hábitos de esfuerzo,
autodisciplina y automotivación”.
Ahora bien, todo dependerá también de la idea de
éxito que cada uno tenga y de la capacidad de sobreponerse a los suspensos.
Pennac lo sabe bien. “Yo repetí curso. Y, queridos amigos, os aseguro que en la
vida hay cosas mucho peores”.
Podéis dejar vuestros comentarios y opiniones si así lo deseáis en el cuadrado inferior